viernes, 20 de diciembre de 2013

De pronto el mar - Devocional

Serpenteaba el flamante camino pavimentado entre cerros y verdes. Era la hora en que el sol levanta esa reverberación misteriosa, inexplicable, que hace que todas las cosas parezcan detenidas en el tiempo, irreales. Habíamos viajado horas en busca de algún encuentro feliz, de algún pequeño tesoro de palabras, de un abrazo pasajero. Nos encontrábamos en la plenitud de la vida. Creíamos que el mundo nos pertenecía con toda su galería de experiencias y emociones diversas.
de pronto el mar
Habíamos almorzado en algún parador perdido entre las montañas. Comimos y bebimos sin ninguna de las aprensiones que uno tiene más tarde, cuando el cuerpo pasa implacable la factura del tiempo. Entonces no se tenía noticia del colesterol ni de los oxidantes. Se vivía generosamente, como si cada día fuera, nada más y nada menos, que el comienzo de toda una vida. Nunca nos preocupó la hora ni el día en que vivíamos. Después de comer nos tendimos debajo de unos árboles inmensos y dormimos profundamente. En esos años bastaba el suelo, las hierbas del campo o una piedra para apoyar la cabeza. ¡Qué fácil era conciliar el sueño! ¡Qué sencillo era todo entonces!
Los bosques de eucaliptos bordeaban el camino, ocultando a ratos el sol. Nos embargaba ese aroma rotundo de tierra y hojas de la montaña. El camino se iba haciendo más sinuoso y la gradiente de la bajada se hacía más pronunciada. Me decía mi amigo que llegaríamos al cabo de algunos minutos.
Cuando de pronto, el mar.
Salimos de una curva y entre dos laderas onduladas estaba la línea perfecta que dividía el cielo en dos azules diferentes. Arriba, un celeste luminoso y etéreo. Abajo, una planicie de cobalto, un manto de móviles y leves rizos blancos. Parecía un universo paralelo, una galaxia suspendida bajo el cielo, una aparición inexplicable para quien nunca ha visto el mar.
No supe cómo estábamos en la orilla. Una arena finísima se hundía blandamente bajo nuestros pies. Y entonces, el sonido. Un rugido extendido y vibrante que llenaba todos los sentidos. Era un manto invisible de olas y viento que acallaba todas las palabras, que superaba todas las razones, que abarcaba todas las preguntas.
El mar nos había encontrado. Habíamos encontrado el mar.

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