“BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS, PORQUE ALCANZARÁN MISERICORDIA” (Mateo 5:7)
En 1988, cuando encalló el petrolero Exxon Valdez, vertió cincuenta millones de litros de petróleo en una de las reservas naturales más valiosas del mundo. Esto afectó a todo: al océano, a las playas y a la vida salvaje. Pero un desastre como éste, no es comparable con lo que pasa cuando tus emociones chocan con la acciones de otra persona, en que la amargura oscurece tu mundo y te roba la felicidad.
Quizás tus heridas son viejas: un padre que abusó de ti, un cónyuge que te engañó, un negocio que salió mal. O quizás todavía son frescas: omitieron tu ascenso, un amigo no te paga su deuda, tus hijos se han olvidado de ti... En cualquier caso tienes que tomar una decisión: superarlo o vengarte; dejar que cicatrice o comenzar a odiar; dejarlo pasar o resentirte. Pero el resentimiento provoca que lo que te está consumiendo acabe contigo, alimenta el fuego, aviva las llamas y aviva el dolor. Cuando apliques las letras RESENT de ‘resentimiento’, obtendrás un ‘sedimento’ (cenagoso) del rencor contaminante por el que pasas diariamente, cuando mantienes tu resentimiento. ¿Soluciona esto algo? ¿Te ha producido alivio? ¿Paz? ¿Alegría? Si hoy te encontrases al pie de la tumba del que te hirió, ¿te sentirías libre? ¡Dudoso!
Jesús dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). ¿Por qué? Porque ellos han experimentado una gracia aún mayor, la de Dios. Y el perdón es la llave para entender esto.
Perdonando a otros ¡sientes lo que el Señor siente! Piensa: Dios ya te ha perdonado a ti mucho más de lo que tú jamás tendrás que perdonar a otro. Cuando decides perdonar, liberas a otros (y a ti mismo). Así que, ¡perdona y déjalo pasar!
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