Angustiado por su situación, pensó en pedirle ayuda a su padre, pero se sentía avergonzado por no haber escuchado ninguno de sus consejos en el manejo de las finanzas. El orgullo de Jaime no le permitía pedir ayuda ni reconocer sus errores, pero el padre rápidamente percibió lo que estaba sucediendo.
Él conocía a su hijo y sabía que la administración del dinero no era precisamente una de sus virtudes. El padre sabía que tarde o temprano le iría a pedir ayuda, pero conociendo el orgullo de su hijo,... Quiso ganar tiempo y le fue a visitar.
Esa noche alguien tocaba a la puerta. Jaime temía que un acreedor viniera a exigirle el pago de alguna deuda, pero al espiar por la mirilla, vio con sorpresa que se trataba de su padre. No tenía nada para ofrecerle ni decirle, por lo que decidió no abrir la puerta. Escuchaba desde adentro la voz de su padre, llamándole por su nombre, y a cada palabra se entristecía aún más. Aquel hombre, tras tocar varias veces la puerta decidió marcharse.
Al día siguiente Jaime no paraba de pensar en su papá. Pensó en llamarle para pedirle disculpas pero no se atrevió.
Esa misma noche, el papá volvió a llamar a la puerta. Jaime esta vez decidió abrir y dijo: pasa, pero no tengo nada para ofrecerte; al escuchar esto su papá sonrió y le mostró que había comprado todo lo necesario para compartir una excelente cena. Se acomodaron cara a cara, comieron y rieron. Jaime pudo compartir con él acerca de su situación, y entonces el Padre pudo guiarle, darle una palabra de ánimo para su vida y sobre todo la ayuda que tanto necesitaba.
Cuando cometemos un error, falta o pecado, nuestra vergüenza nos lleva a aislarnos, como si buscáramos escondernos de Dios por el error cometido. Sentimos que hemos fallado y ni siquiera nos atrevemos a hablar de la situación. Nos encerramos en nosotros mismos, pensando que ya no merecemos una nueva oportunidad.
Apocalipsis 3:20 “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”
Si bien este versículo se usa mucho para aplicarlo a personas que no conocen de Dios, realmente es aplicable a todos. Él siempre está a la puerta llamando para cenar con los que están dispuestos a abrir su corazón, para recibir instrucción, consuelo, ánimo, redención, sabiduría y sanidad.
Ninguna obra que hagamos nos acerca más a Dios o nos hace más dignos. Él ya sabe todo lo que hicimos, hacemos... los aciertos y los errores, y sólo hace falta abrir el corazón a Él como Jaime, quien finalmente decidió abrir la puerta a su padre para compartir lo que le pasaba, dejando de lado su orgullo.
El Padre está a la puerta y llama, no le dejes afuera repitiendo tu nombre, invítale a entrar en tu corazón, comparte con Él y verás cómo abre un camino nuevo donde no lo hay. Él ya conoce tus fortalezas y debilidades, tus tropiezos y tus logros, tus pecados y tus obras de fe. Y cuando abras la puerta no recibirás acusaciones por tus faltas, ni una colección de sermones de exhortación, sino el consuelo, la instrucción y ayuda que tanto necesitas.
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