La Práctica de la Presencia de Dios-11ª
Carta escrita por Nicolás Herman, Hermano Lorenzo a Fray José de Beaufort,
representante del arzobispado local, hace más de 300 años.
No oro para que seas librado de tus
dolores. Oro a Dios fervientemente para que te dé fuerzas y paciencia para
soportarlos durante todo el tiempo que Él quiera prolongarlos. Consuélate con
Él mientras te mantiene atado a esa tu cruz. Él te liberará cuando le parezca
oportuno. Felices aquellos que sufren con Él. Acostúmbrate a sufrir de esa
manera, y busca de Él la fuerza para soportar tanto y durante tanto tiempo, como
Él lo juzgue necesario para ti. Los hombres en el mundo no comprenden estas
verdades. Y no debemos sorprendernos por esto, debido a que sufren como lo que
son, y no como cristianos. Ellos consideran a la enfermedad como un dolor
natural, y no como un favor de Dios. Y viéndolo exclusivamente de esta forma, ellos
solamente encuentran en ello aflicción y angustia. Pero aquellos que consideran
que la enfermedad viene de la mano de Dios, como efecto de su misericordia y
como el medio que Él emplea para su salvación, comúnmente encuentran en ello gran
dulzura y consolación.
Deseo que te convenzas que Dios está frecuentemente
algo más cerca de nosotros y sobre todo, más presente con nosotros en la
enfermedad que en la salud. No confíes en ningún otro médico, porque entiendo
que Dios se reserva tu cura para Sí Mismo. Pon toda tu confianza en Él, y pronto
verás que te recuperas debido a esa confianza. Somos nosotros lo que con
frecuencia retardamos nuestra curación, porque ponemos mayor confianza en la
medicina que en Dios y sean los que fueren los remedios que uses, te servirán
solamente en la medida que Él lo permita. Cuando los dolores provienen de Dios,
solamente Él puede curarlos, y con frecuencia Él envía enfermedades al cuerpo
para curar las enfermedades del alma. Consuélate con el Médico Soberano, que es
Médico tanto del alma como del cuerpo.
Preveo que me dirás que estoy muy tranquilo
porque puedo comer y beber en la mesa del Señor. Tienes razón, pero piensa, ¿no
sería vergonzoso para el criminal más grande del mundo, comer a la mesa del
rey, ser servido por él y recibir sus favores, sin estar seguro de su perdón?
Creo que sentiría una inquietud extremadamente grande y que nada ni nadie podría moderarla,
excepto la confianza en la bondad de su soberano. Así, que puedo asegurarte que disfruto
de innumerables placeres en la mesa de mi Rey, sin embargo, mis pecados, siempre
presentes delante de mis ojos, como así también la incertidumbre de mi perdón,
me atormentan, aunque en verdad ese tormento en sí mismo es agradable.
Debes estar satisfecho con la condición en
la que Dios te pone. Por muy feliz que yo pudiera ser, te envidio. Los dolores
y los sufrimientos serían un paraíso para mí mientras sufriera con mi Dios, y
el mayor de los placeres sería un infierno si tuviera que gustarlo sin Él; todo
mi consuelo sería sufrir algo por amor a Él. En poco tiempo de vida aquí debo
ir a estar con Dios. Lo que me consuela en esta vida es que ahora le veo por
fe, y le veo de una manera tal que a veces puedo decir: “No creo más, veo más”.
Siento que la fe nos enseña, y que en la seguridad y la práctica de la fe,
viviré y moriré con Él.
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