Recuerdo mis primeros días de cristiano, cuando acababa de conocer al Señor y de entregarle mi vida; recuerdo claramente cómo ardía mi corazón por hablarles a otros de Cristo de cómo Él había cambiado mi vida, de cómo era ahora mi vida sabiendo que Jesús era mi Señor y Salvador.
Era muy jovencito, tenía 16 años, pero eso no impedía que a la menor oportunidad que tuviera, les hablara a otros de lo que Dios había hecho en mi vida.
Ahora, el doble de años después, sigo tratando de hablarles a otros de lo que Dios hace en la vida del ser humano y lo que es capaz de hacer cuando disponemos nuestro corazón para que lo haga; sin embargo, tristemente me doy cuenta que el ambiente en general ha cambiado mucho.
Recuerdo cuando era más joven, ver a otros jóvenes como yo mostrando verdadera pasión por Dios; pasión que les motivaba hacer cualquier cosa para hablarles a otros de Cristo y que las personas se entregaran al Señor. Sin embargo, me doy cuenta tristemente hoy en día, que la gran mayoría de jóvenes están dedicando su vida a cualquier otra cosa que no sea la pasión por hablarles a otros de Cristo, y no sólo es entre los jóvenes, sino también entre nosotros los adultos.
¿Cuándo fue la última vez que le hablaste a alguien de Cristo o le evangelizaste?, ¿cuándo fue la última vez que te sentaste en el autobús con rumbo a algún lugar y le hablaste a esa persona callada que se sentó a tu lado y que seguramente estaba necesitada de una Palabra de parte de Dios para su vida?, ¿cuándo fue la última vez que viste a esa persona con ojos tristes, que reflejaban una crisis, pero te hiciste el desentendido porque creíste que no eras el indicado para darle una palabra?
Muchos decimos que amamos a Dios, pero hemos olvidado hablar de Él a otros.
Cuando Jesús iba entrando a Jerusalén la gente le aclamaba y hablaba muy bien de Él, pero los fariseos se enojaron y Jesús les dio la respuesta que todos necesitamos entender: “Decían: ¡Bendito el rey que viene en el nombre de Dios! ¡Que haya paz en el cielo! ¡Que todos reconozcan el poder de Dios! Entre la gente había también unos fariseos, y le dijeron a Jesús: —¡Maestro, reprende a tus discípulos! Jesús les contestó: —Les aseguro que si ellos se callan, las piedras gritarán.” Lucas 19:38-40 (Traducción en lenguaje actual).
Cuando estamos enamorados de Dios, no podemos dejar de hablar de Él, sentimos la necesidad de hablar de quien estamos enamorados; sin embargo, seguro que entre nosotros hay muchos que han olvidado hablar de Dios, que no saben ni siquiera qué decir, cuando la realidad es que Dios ha hecho en sus vidas, y en las nuestras, tantas y tales cosas que no alcanzaríamos a contarlas todas, pero nos callamos, guardamos los testimonios para nosotros mismos y, sin darnos cuenta, llegan tiempos en los que no vemos milagros en nuestra vida y nos preguntamos ¿por qué? Pregúntate en su lugar: ¿Tuve en cuenta lo que Dios hizo en mi vida la última vez que necesité su ayuda y Él me ayudo? Si no lo hice, ¿por qué ahora me quejo de no ver milagros?, ¿Para qué quiero los milagros, si no los contaré y por lo tanto no ayudarán a otros a creer? Reflexiona en eso.
HABLA CON ÉL, cuando veas a esa persona necesitada de Dios dale unas palabras. No tienes por qué ser un erudito de la Biblia o un teólogo capacitado para decirle a la gente lo que Dios ya hizo en tu vida; tus palabras sencillas, pero sinceras, harán el efecto deseado en los corazones de las personas necesitadas. Dios pondrá en tu boca las palabras exactas y su Espíritu Santo obrará en la vida de tus oyentes. Tu tarea es hablar de Él, y Dios hará el resto.
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