En nuestra vida de adolescentes ponemos a prueba las explicaciones que nuestros padres nos dan, y si no hemos tenido el privilegio de tener una madre como la mía, los “porque sí” y los “porque no” de nuestros padres pierden toda la credibilidad, incluso pueden ser motivo de irritación y rebeldía. Si no acostumbramos a las personas a crear y creer en sus propios “sí” y “no”, se dejarán influenciar por los “sí” y “no” de cualquier persona, o más aún, nunca cuestionarán razones o afirmaciones, procesos ambos tremendamente necesarios para formar el carácter.
Ya en nuestra vida de adultos, el cuestionamiento no es tan radical como lo era antes y es muy posible que, si hicimos bien el trabajo anterior, seamos capaces de escudarnos en nuestros propios “sí” y “no”, como también puede que seamos capaces de explicarlos y justificarlos. Lo que es preocupante es que en nuestra vida cristiana no seamos capaces de hacer esto, y más preocupa aún, que las razones que demos para justificar nuestros “sí” y “no” tengan poca base espiritual y no provengan de una convicción real de nuestro corazón.
Conversando con adolescentes y preguntándoles, por ejemplo, por qué no consumen drogas, o si tienen o no relaciones prematrimoniales y por qué, sus respuestas pueden ir desde “porque es pecado”, hasta “porque la Palabra de Dios dice que eso no me hace bien”. Parecen buenas respuestas, pero insuficientes cuando están en medio de esas pruebas mismas. Muchas veces educamos y formamos bajo los parámetros de la prohibición o el castigo, pero no en la libertad que Cristo nos da. Dios mismo dice que todo nos es lícito, pero que no todo nos conviene o edifica (1ª Corintios 10:23), por lo que, parece que unas respuestas adecuadas y justificadas a estas preguntas planteadas serían: “porque no quiero”, “porque cuido mi cuerpo”, “porque quiero honrar mi cuerpo con las decisiones que tome”,... ¿puede ver la diferencia? En el primer caso, sin la libertad de Cristo, es porque alguien o algo lo dice, en el segundo caso es porque yo no quiero, porque decido a partir de mi mismo, no a partir de lo que otros dicen para mi vida.
Esto no quiere decir que no haya que obedecer la Palabra de Dios, por favor, no lo interpreten así, sólo que cada vez que decidamos algo lo decidamos por amor a nosotros, porque en ese amor demostramos el amor que le tenemos a Dios, en cuidar el cuerpo que nos dio, en cuidar nuestra mente, nuestro espíritu.
Es de desear que cada uno de nosotros haga este autoexamen y se pregunte, ¿y por qué no hago tal cosa?, ¿y por qué no me embriago?, ¿y por qué no tengo relaciones prematrimoniales?, ¿por qué no veo películas con alto contenido sexual?, ¿por qué no robo?, y tantísimos por qué que pueda regalarnos nuestra imaginación. Cuando logres que todos estos por qué pasen primero por tu propia voluntad y no por la de otros, estarás listo para justificarlos y cumplirlos. Si no es así, pídele al Señor ayuda para justificar tus “sí” y “no” internamente, y no externamente, sólo así los dirás con seguridad y resonará el cielo con tu convicción.
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