miércoles, 21 de agosto de 2013

Príncipes a pie - Devocional - Vídeo

“Vi siervos a caballo, y príncipes que andaban como siervos sobre la tierra”

(Eclesiastés 10:7)
Hoy se teoriza sobre los resultados de la fe más allá de lo que dice la Biblia. Pero dejando aparte eso, si crees puedes ser lo que quieras, obtener lo que quieras, hacer lo que quieras. 
¿Será cierto? ¿Podemos cambiar nuestra suerte a fuerza de desearlo y esperarlo? La fe en Dios y lo que Él puede hacer en, por y a través de nosotros, debe estar presente en todo cristiano auténtico. Al que cree, todo le es posible, enseñó el mismo Jesús. ¿No me da acaso esta promesa la licencia para esperar precisamente eso, lo imposible, lo improbable, lo quimérico?, creer hasta cambiarlo todo y hacer posible mis más hondos anhelos, ¿no se trata de eso? Ciertamente Jesús hizo esa promesa, una promesa que no se entiende correctamente dado el desmedido interés del hombre en sí mismo y en su parte en la historia de Dios. Jesús insiste en cuestiones en las que Dios quiere obrar y en las que el hombre puede ser parte del milagro si cree. No es al revés, no se trata de conquistas que el hombre quiera alcanzar y donde Dios puede ser parte si tenemos fe. Dios es el Señor, es su voluntad la que debemos seguir y es a sus promesas a las que debemos creer. La fe puede cambiar todo aquello que, sin imponerlo nosotros, sea la voluntad de Dios cambiarlo. ¿Es por eso la fe que profesamos una fe débil? En absoluto. Nuestra fe es tan fuerte que siempre obtiene aquello que en verdad proviene de Dios.
Los cristianos por supuesto que tienen accidentes, como todos, aunque oran antes de salir de viaje. No sanan siempre, aunque suplican fervorosamente por su debilitada salud. Mueren como mártires, aunque Dios es poderoso para librarles de la muerte. Son perseguidos por gobiernos hostiles, aunque el Señor podría eliminar a una administración completa de gobierno con un simple chasquido de dedos. Hay miles de cristianos desempleados, pobres, perseguidos, encarcelados por aquello en lo que creen. Creyentes cuya fe está cimentada en lo que Dios es y significa para ellos, no en las dádivas, sino en el dador. Creyentes que se saben príncipes peregrinos, hombres y mujeres que saben que les espera una patria mejor, que lo que aquí sucede no es comparable con lo que Dios les tiene preparado, que intuyen que lo que se ve es poco atractivo cuando se espera, anhelante, las maravillas de Dios que aún, por un tiempo, no se ven.
Y no por ello dejan de luchar, no por ello dejan de buscar, ni dejan de esperar. Luchan, buscan y esperan, sabedores de que ya lo tienen todo, aunque todavía no. ¿Es la riqueza señal de una fe saludable? ¿Obtener todo lo que queremos es evidencia de que somos aprobados en el Señor? ¡Claro que no! De hecho, la fe puede tener consecuencias aparentemente menos fascinantes, como las que predican algunos falsos predicadores del evangelio de la avaricia. 

El escritor a los Hebreos habló de una fe portentosa que pone en fuga a ejércitos, tapa bocas de leones y ve resurrecciones, pero también explica que: “otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y además de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; vagando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (Hebreos 11:35-38). Una fe que se contenta siempre, que vale por su objeto de confianza, Dios. 

La fe cristiana es valiosa porque es una fe en Dios. Fuera de Dios la fe es un error o en el mejor de los casos es optimismo humano, fugaz y débil.

Les he visto con los zapatos rotos. Les he visitado en el hospital. He estado con ellos en una cafetería mientras me dicen que ya llevan varios meses sin conseguir trabajo. He estado en la funeraria haciéndoles compañía junto al esposo o junto al hijo, a los que no verán despertar más en esta vida. Me han contado que sonríen entre barrotes, desde inhóspitas prisiones en países antagónicos al evangelio. No llevan una corona con diademas, ni un rólex en el brazo, pero son príncipes. Y aunque haya millones que tengan todo lo que este mundo ofrece, sigue habiendo un remanente, que son príncipes de otro mundo. Andan a pie, pero tienen un reino extraordinario, y muy pronto lo recibirán.

 

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