sábado, 1 de junio de 2013

La vida continúa… - Ánimo en mensaje

la vida continua
… es una de las frases a recordar hasta el día de nuestra muerte. Parece hecha a propósito para muchas situaciones y no deja de tener razón..

Hace un par de años mi padre tuvo un problema de salud que hasta el día de hoy le tiene atrapado; cuando comenzó el proceso, de día y de noche pensaba en él, en su situación y en las consecuencias que traería a su vida. Yo estaba en período de pruebas y exámenes finales en la universidad, lo que me tenía aún más abrumada. En medio de un rápido viaje para visitar a mi padre, la desolación y desesperanza tocaron a mi puerta. Creo que nunca me he sentido antes así y tampoco después; fue como si la esperanza se “saliera” de mi cuerpo y escogiera otra residencia.

Volví para mis quehaceres universitarios y todo marchaba muy rápido, como rutina que es en estas instituciones; debía juntarme a hacer trabajos en grupo y preparar exposiciones, sin tener ganas ni siquiera de levantarme. Cada vez que mis compañeras me citaban para sesiones extensas de trabajo o debía trasnochar haciendo algún ensayo, me encolerizaba pensando en la poca empatía hacia mi persona, por parte de mis profesores y compañeras de carrera. Lloraba de angustia al sentir que debía continuar con el ritmo de siempre, pero con mucho menos de la mitad de la energía de siempre. Era frustrante y agotador.
Dentro de ese estado vino a mí la frase “la vida continúa” y comprendí que el mundo no se detiene ni debe detenerse, a causa de mi dolor o desesperanza. El resto de la gente que me rodeaba estaba perfectamente saludable, con la energía necesaria para trabajar y no era culpa suya, ni mía, que mi padre hubiese enfermado precisamente en época de exámenes. No se imaginan cómo la frase le dio paz a mi corazón. Mi sentimiento de culpa por no estar junto a mi padre y dedicarme a la universidad desapareció, y cuando nuevamente se atreve a aparecer, recuerdo exactamente la frase “la vida continúa”, como continuó para mí.

No me malentiendan, no quiero decir con esto que no haya que dolerse con el dolor ajeno, ni que haya que transformarse en una máquina productora de algo, hablo más bien de la actitud que tomamos ante la adversidad. Me puedo detener en el borde del abismo y solamente pensar en que en algún momento caeré, o puedo pensar en cómo atravesar al otro lado.

Estar comprometido con el sufrimiento ajeno o con el propio, nada tiene que ver con paralizar nuestras vidas, en función del hecho que origina esta amargura; tampoco es esperar que el resto del mundo ponga “pausa” a su vida para acompañarnos, es irreal y fantasioso pensar que esto ocurrirá así el 100% del tiempo. La única persona que puede estar allí por nosotros es Jesús, ¡pero Él tampoco paraliza su vida! Sigue haciendo su trabajo, sigue bendiciendo vidas, escuchando peticiones, derramando sanidad, haciendo pactos eternos. ¿Se imaginan si Jesús se hubiese entristecido porque sus discípulos le lloraron muy poco tiempo? ¿O que les hubiese pedido que se quedaran al lado de su sepulcro miles de horas vigilando su resurrección? Jesús dejó al Consolador, a Su Espíritu Santo, para que nos acompañara en esos momentos difíciles, pero éste tampoco es estático o gira en torno a nosotros. El Espíritu Santo está todo el día trabajando y continúa haciendo Su obra en nosotros, aunque deseemos espacios de quietud y calma; no se mueve de acuerdo a nuestra necesidad, sino de acuerdo a Sus propios planes y tiempos.

Si llegase a suceder otro evento en tu vida, que te convocara a esperar que el mundo se detuviese, recuerda que Jesús es movimiento, es dirección y siempre está avanzando. Quítale la pausa a tu vida, no esperes tampoco que el resto se mueva a tu ritmo y tus tiempos, el único que importa aquí es el plan que hay detrás del sufrimiento, porque al otro lado del abismo…

… ¡la vida continúa!

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