En este siglo XXI, con la asombrosa evolución y simbiosis de los medios tecnológicos de la información y las telecomunicaciones, nuestras vidas han experimentado un impredecible cambio de rumbo. Vivimos literalmente “bombardeados” por mensajes venidos de todas partes. Medios masivos como la radio y la televisión, los diarios y revistas, las publicidades urbanas cada vez más sofisticadas, la telefonía celular y los ordenadores, han transformado nuestras vidas en constantes receptores de mensajes, hasta el punto de que entre tan enorme maraña de medios, muchas veces de tanta luz no se ve nada.
Pero entre toda esta vorágine de mensajes, también los hay de esos que provienen desde lo profundo del corazón, y su destino es lo más hondo de las almas. Esos que el mundo tiende a rechazar, pero que vienen impregnados con esa impronta inconfundible de Cristo. Ese grato olor fragante, ese bálsamo para el alma que trae consigo la paz y la dulzura de la incomparable unción del Espíritu de Dios.
Pero… ¿cómo hacen esas personas para decir lo que dicen? ¿Para transmitir esos mensajes? Pues, bien: no hay secretos. Los mensajes más auténticos y profundos son los que muchas veces provienen del dolor… o en todo caso, de un corazón quebrantado, que no es lo mismo, aunque el efecto final sea bastante parecido.
Un corazón quebrantado está literalmente desnudo, expuesto en todo su ser. Adán en el Paraíso, le dijo a Dios: “Estaba desnudo, tuve miedo y me escondí.” No le dijo: “Me dio vergüenza, sentí pudor”, o cosas por el estilo. ¡Se dio cuenta de que todo su ser había quedado expuesto ante la mirada de Dios y eso le causó un gran temor!
Desnudar el alma no es cosa sencilla. Pero cuando el corazón se quebranta ante Dios, es cuando quita los cerrojos y abre finalmente las puertas de su alma para que ilumine la luz de Cristo. Tal vez lo que se vea no sea precisamente bonito, expresado en términos elegantes, pero es necesario que así sea.
La mujer que trajo la vasija de alabastro con el perfume de nardo puro ante Jesús, simplemente podría haber vertido su contenido. En cambio, optó por romperla. Por ello, repito: cuando el corazón se quebranta, se rompen los cerrojos del alma, ilumina la luz de Cristo y se libera el perfume del alma, como un prisionero sin sus pesadas cadenas que le atan a este mundo.
Cuando un corazón se quebranta, es cuando está en condiciones de ver y de percibir lo que los otros no pueden ver ni sentir, como los sentimientos y la razón. Asoma la empatía, la comprensión y un hombro presto para servir de apoyo al dolido, para llevar consuelo a un corazón quebrantado.
Estos mensajes, entre tanta vorágine superficial e interesada, entre tanta apatía e indiferencia, no pueden pasar inadvertidos, toda vez que tienen un único y exclusivo canal: la bella unción del Espíritu de Dios.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
(1 Corintios 2: 2-5 RV60)
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