“No crean ustedes que pueden engañar a Dios. Cada uno cosechará lo que haya sembrado”.
Gálatas 6:7 (Traducción en lenguaje actual)
A veces nos olvidamos de que nuestro principal propósito en la vida es agradar a Dios, y se nos olvida porque, en un momento determinado, cambiamos ese propósito y establecemos como prioritario tratar de agradar al ojo humano.
¿Agradar al ojo humano? ¡Es facilísimo!, tú puedes hacer de todo para quedar bien con el hombre. Puedes comportarte a la altura de un “siervo de Dios”, puedes decir cosas lindas, actuar decentemente, mostrar un interés por lo espiritual, y sin embargo, todo esto no significa que sea realmente verdadero.
Cuando perdemos el propósito de ser lo que Dios quiere que seamos y comenzamos a ser lo que los demás quieren que seamos, entonces es el principio de una catástrofe espiritual.
Por un momento sé sincero contigo mismo y contéstaste la siguiente pregunta:
¿Eres quien realmente Dios quiere que seas?
Seamos sinceros al decir que a veces no somos o no actuamos como el siervo que Dios quiere que seamos, que a veces hacemos o decimos cosas para agradar al ojo humano, olvidándonos de agradar primero a Dios.
"A veces no he sido el hijo suyo que Dios quiere que sea, a veces no he sido el amigo que Dios quiere que sea, no he sido el hermano que Dios quiere que sea, no he sido la persona humilde que Dios ha querido que sea y, así mismo, podría citar muchas cosas que estoy seguro que Dios ha querido que yo hiciera, pero que yo he decido hacer lo contrario".
Lo bueno de tener a Dios como Padre, es que siempre hay una nueva oportunidad, para comenzar a hacer lo que Él desde un principio quiso que hiciéramos.
Quizá los últimos tiempos no has estado siendo la persona que Dios quiere que seas, quizá sin darte cuenta te olvidaste del primer propósito en tu vida que es el de agradar a Dios en todo. Quizá te has engañado a ti mismo pensando que todo está bien, cuando la realidad es otra y todo lo espiritual cae en picado en tu vida.
Dios necesita de ti la mayor sinceridad posible. Él no quiere ver esa cara que pones para fingir delante de los demás, porque Él conoce tu interior. A Dios no le tienes que impresionar, porque Él sabe lo más intimo de ti, y por esta razón hay solamente una cosa que Dios quiere de ti este día, para comenzar en tu vida una restauración completa. Esto es: SINCERIDAD y HUMILDAD.
A veces pensamos que podemos impresionar a Dios con nuestra gran “santidad”, cuando la realidad es que Dios conoce nuestras intenciones del corazón. Delante de Él simplemente estamos descubiertos, no hay nada que podamos hacer para hacerle creer que somos mejores, no hay palabra que le impresione, porque lo único que de verdad puede impresionarle de nosotros, es nuestra sinceridad y humildad de corazón, al reconocer nuestro verdadero estado espiritual.
Para aquellas personas que, a pesar de sentirse sin fuerzas, muchas veces ponen cara de guerrero perfecto, de haber vencido en la batalla, debéis saber que Dios conoce vuestro verdadero estado, que delante de Él no tenéis por qué fingir o simular lo contrario a lo que sentís; id delante de Dios y sed esos siervos sinceros y humildes que reconocen cuando han fallado, cuando van caminando mal o cuando no están siendo lo que Dios quiere que sean.
Hoy es un día de restauración para cada vida de las que Dios toque a través de estas palabras escritas; el único requisito es tener la suficiente humildad y la sinceridad necesaria, para reconocer que no se ha estado siendo la persona que Dios quiere que se sea. ¡Hoy puedes comenzar a ser esa persona! ¿Cómo?, sincerándote y humillándote delante de Dios, reconociendo que delante de Él no hay nada que ocultar. Si lo quieres hacer, usa palabras que salgan de lo profundo de tu corazón y habla con Dios, reconoce tus errores y haz un nuevo pacto de sinceridad y humildad con Él. Hoy puedes comenzar a ser esa persona que Dios quiere que seas.
¡No hay por qué seguir fingiendo! ¡Seamos sinceros y humildes y Dios nos levantará!
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”
Santiago 4:6 (Reina-Valera 1960)
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