Un año que se va, otro más que viene… Y pensar que ayer estábamos despidiendo al 2011, ayer le quemábamos, le pisoteábamos, le dábamos golpes con la correa, y luego nos entregábamos a largos y calurosos abrazos con los vecinos, con los amigos y nuestros seres queridos, deseándonos y augurándonos un buen año nuevo.
Pues sí, como el título de una canción de Armando Manzanero, “Parece que fue ayer”, igualmente parece que nos apostábamos cerca de la hoguera donde se fundía el monigote de cartón y papel, conteniendo, en alguno de sus bolsillos, una larga lista de cosas que simbólicamente deseábamos que acabaran en las llamas del fuego purificador.
Parece que fue ayer cuando observábamos a mucha gente en serios apuros, sacando las maletas a la puerta de la casa y dando vueltas con ellas a la manzana, para pedir tener muchos viajes el año siguiente. O a otros comprando ropa interior amarilla para ponérsela la noche de fin de año, con el objeto de, según ellos, asegurarse felicidad y buenos momentos.
Parece que fue ayer cuando algunos de nosotros, desconocedores de la Palabra de Dios, nos servíamos cucharadas de lentejas cocidas; nos lavábamos las manos con champán y azúcar, y repartíamos espigas de trigo, para, conforme a la tradición, atraer la riqueza y prosperidad para el año nuevo.
Querido amigo y amiga, es posible que de ese ayer aún te hayan quedado algunos rebrotes de superstición. Te recuerdo entonces que se acerca el momento de que entre los restos del año viejo, chamusques tales retoños o rebrotes, mientras mentalmente puedas elevar una oración que termine diciendo: “Desde hoy, sólo pondré mi confianza en ti Señor”.
Al despedir el año que se va y recibir el año que viene, hay que entender que no es que nos vaya a ir bien por el mero hecho de cumplir con toda una ritualidad supersticiosa, sino por el grado de fe, confianza y obediencia que pongamos en el único rector de nuestro destino: Dios. Él tiene en sus manos el plan, las llaves y el manual de manejo de nuestra vida, y sin su permiso nada podrá ocurrir; ni siquiera se moverá un cabello de nuestra cabeza.
No dejemos entonces que el bullicio y la euforia del día 31 nos enajene hasta el punto de olvidarnos de renovar el compromiso con el Señor, de olvidar seguirnos entregando a su santa voluntad; así mismo debemos pedirle que nos regale grandes porciones de salud, amor, fe, paz interior, sabiduría y prosperidad para nosotros y nuestro prójimo.
Anhelo un año 2013 repleto de bendiciones para ustedes, queridos amigos de la red, que día a día tienen la amabilidad de leer este espacio virtual. Igualmente anhelo para aquellos nuevos visitantes que cualquier día de estos se encuentren, de alguna forma, con estas páginas y que piensen: “qué casualidad, es lo que buscaba”, que sepan que no es coincidencia, ni casualidad, sino parte del propósito que el Señor tiene para transformar sus vidas.
M.G.L.
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