“Fundamento o puntos capitales de todo sistema, ciencia, doctrina o religión”.
Son algunas de las acepciones que el diccionario de la R.A.E. asigna a la palabra “dogma”.
Es decir: “esto es así y no de otra manera”.
Nuestra fe no consiste en la aceptación pasiva y/o sumisa de un conjunto de enunciados y/o bases, establecidas por la institución religiosa o por sus pastores sobre la iglesia, la vida, Dios y la espiritualidad; resulta ser más bien, el acto voluntario de hacerse con “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Es por eso que, a veces, debo reconocer que la duda me inquieta. Y en este sentido debo reconocer, además, que ha habido períodos de mi vida en los que he disfrutado y gozado de una íntima comunión con Dios. Otras veces, en cambio, la relación con Él ha sido tensa, árida, tirante, áspera.
Y este año no ha sido la excepción. El primer día de la semana, el primer día del mes y el primer día del año coincidieron en un mismo día. Ese día decidí comenzar a congregarme en una nueva comunidad. “¡Este año será su año!”, “¡Dios quiere prosperarle!”, “¡Profetizo que de aquí a … meses ocurrirá un gran milagro en su vida!”, etc., etc., etc. Son cosas que escuché desde el primer día del año. Hoy, final del año, debo reconocer con sinceridad que ninguna de estas cosas ocurrió. No por lo menos en esa magnitud. Bendiciones, hubo, no lo puedo negar, y sería muy ingrato por mi parte si no lo reconociera. Pero también es cierto que he tenido que lamentar importantes retrocesos. Muchas veces me he encontrado pensando que después de remar en la vida y soportar circunstancias negativas con un tremendo esfuerzo y quedar extenuado y agotado, muy lejos de arribar a buen puerto parece que hubiese estado remando hacia atrás. Conformándome con “bendicioncitas” a cuentagotas en medio de las arenas quemantes del desierto, cuando lo que se esperaba es que los cielos se vinieran abajo con una lluvia torrencial de bendiciones.
Parece una queja, pero en realidad sólo intento ser objetivo en el resumen de las cosas que pasaron… o no pasaron. Por eso digo: Bendiciones hubo, pero también retrocesos; y me tuve que conformar y dar gracias porque la cosa pudo haber sido mucho peor. No sé si esto habla bien de quien esto escribe. Pero ser creyentes no nos hace más ni mejores personas que los incrédulos. En todo caso, sin importar las circunstancias, nuestra fe, muy lejos de elevarnos a nosotros mismos, exalta el Señorío de Cristo, quien vino a este mundo a vivir nuestras penurias y dio su vida en rescate por nuestros pecados.
Acabaron los días de Abraham sobre esta tierra sin poder ver la grandeza de la bendición que Dios le había prometido. Antes, Moisés no entró en la Tierra Prometida y Elías, mucho tiempo después, cayó en estado depresivo cuando pusieron precio a su cabeza y también ante la ausencia circunstancial de respuestas de parte de Dios. Mefi-Boset, hijo de Jonatán, nieto de Saúl, se pasó una gran parte de su vida aislado y oculto en Lodebar hasta que por fin pudo sentarse a la mesa del rey.
El asistente de Elías le señaló una pequeña nube en el cielo, del tamaño de la palma de una mano. Cuando nadie presagiaba una mínima llovizna, esa pequeña nubecita resultó ser el augurio, el anticipo, la señal de que la bendición de la lluvia torrencial estaba próxima. Mefi-Boset asistió temeroso a su primera cita con el rey David. Moisés no pudo ver con sus ojos carnales la Tierra Prometida, pero la vio con la visión de su espíritu. Y Abraham recibió un anticipo de la Promesa cuando, avanzada su edad y sin haber podido tener hijos, un niño le fue anunciado por el ángel del Señor.
Hoy,entre tanto, transito por mi Lodebar a la espera de ser llamado a sentarme a la Mesa del Rey, con mis pies en esta tierra pero con la visión en la certeza de lo que se espera, con la convicción de lo que no se ve, convirtiendo pesadillas en sueños… Creo, por eso a veces dudo.
Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
(Hebreos 11:13-16 RV60)
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