lunes, 31 de diciembre de 2012

La Naranja de Navidad - Crecimiento personal

Quisiera contarles una historia que mi abuela me contó cuando tenía seis o siete años. Habíamos ido a su casa para la Cena de Acción de Gracias y el viaje había sido un poco largo. Aproveché el tiempo haciendo una lista todas las cosas que quería para Navidad ese año.
Luego, esa noche, cuando estaba listo para dormir, le mostré la lista a mi abuela. Tras leerla, me dijo: “Muchacha, ¡esta es una lista verdaderamente larga!” Entonces me cogió y me sentó sobre su regazo en una gran silla mecedora y me contó esta historia:
“Había una vez una niñita que vivió en un orfanato en Dinamarca (pienso que la historia puede ser verídica porque ella también era de Dinamarca). Al acercarse la Navidad, los demás niños comenzaron a hablarle a la niñita sobre el hermoso árbol de Navidad que habría en el enorme salón, escaleras abajo en la mañana de Navidad. Tras el normal y, generalmente muy sencillo desayuno, a cada niño se le daría su único regalo navideño: una pequeña naranja”.
En ese momento miré a mi abuela incrédulo, pero ella me aseguró que aquello sería lo único que cada niño recibiría para Navidad.
Y continuó, "el director del orfanato era muy estricto y pensaba que la Navidad era una molestia. Así que en la Nochebuena, cuando pilló a la niñita bajando las escaleras para observar al tan mencionado árbol de Navidad, le declaró enfáticamente que ella no recibiría su naranja de Navidad por haber sido tan curiosa como para desobedecer las reglas. La niñita corrió de vuelta a su habitación con el corazón roto y llorando por su terrible destino.
A la mañana siguiente, mientras los demás niños bajaban a desayunar, la niñita se quedó en la cama. No podía soportar la idea de ver a los demás recibir su regalo y que no habría ninguno para ella.
Luego, mientras los niños volvieron arriba, la niñita se sorprendió al recibir una servilleta. Cuando la abrió, cuidadosamente, para su sorpresa, había una naranja pelada y partida.
¿Cómo puede ser esto?, preguntó.
Fue entonces cuando descubrió que cada niño había tomado una porción de su naranja y se la había dado a ella para que también tuviese una naranja de Navidad”.
¡Cómo me encantó esta historia! Le pedía a mi abuela que me la contara una y otra vez mientras crecía. Cada Navidad, al sacar una gran y jugosa naranja de mi calcetín, pienso en esa historia. ¡Qué ejemplo del verdadero significado de la Navidad el que desplegaron aquellos huérfanos esa mañana de Navidad! Cómo desearía que el mundo, como un todo, pudiese desarrollar esa misma preocupación, al estilo de Cristo, por los demás, no solamente en Navidad, sino durante todo el año.
Autor Desconocido
¿Con cuánto pensamos que estaríamos satisfechos en la vida?
La pregunta es un tanto ambigua porque cada persona es literalmente un mundo aparte. Lo que para muchos sería abundancia, para otros resultaría una miseria. Sin embargo, la apreciación personal no necesariamente es tan fidedigna como muchos quisiéramos pensar.
La verdad es que son muchos los factores que influyen en su desarrollo: trasfondo cultural y familiar, personalidad, etc. Pero lo cierto es que cuando reflexionamos de corazón, concluimos que Dios nos ha bendecido muchísimo y que realmente no podemos quejarnos, sino más bien buscar maneras y alternativas para bendecir a otros con la “abundancia” que Dios nos ha dado.
Si bien no siempre la abundancia se medirá en bienes ni en euros, siempre estará allí para ser compartida “de gracia”, tal y como la recibimos.
Adelante y que esta Navidad sea una de precioso compartir con otros.
Que Dios les continúe bendiciendo.

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