Un día, con horror, vieron en la distancia una nube de humo extendiéndose por kilómetros, llenando todo el horizonte. Era evidente que un incendio avanzaba rápidamente hacia ellos desde el Oeste consumiendo el pasto seco de la pradera. Habían atravesado un río el día anterior pero no había tiempo para regresar allí antes de la llegada de las llamas. ¿Qué hacer? Mientras estaban paralizados de miedo, un hombre se hizo cargo, mandándoles a prender fuego al pasto que había tras ellos. Una vez que se había quemado un buen espacio, todos se refugiaron en el terreno quemado.
Mientras el terrible incendio se extendía velozmente, una niñita clamó con terror:
-¿Está seguro que no seremos consumidos por el fuego? El líder respondió:
-Mi hija, las llamas no nos pueden alcanzar aquí porque estamos parados donde el fuego ya pasó. Estamos a salvo. Y así fue.
¡Qué ilustración de la seguridad que podemos encontrar en Cristo! El fuego del juicio de Dios pasó sobre Él y así se ha convertido en nuestro refugio. Estamos seguros para siempre porque estamos parados en el refugio donde el fuego ya ha pasado.
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