El dador se beneficia de tres maneras cuando comparte: desarrolla un carácter santo, cumple con la meta del contentamiento, y efectúa inversiones verdaderamente duraderas.
Debemos aprender a compartir libremente lo que tenemos para llegar a ser el pueblo que el Señor quiere que seamos. De lo contrario crecerá nuestra tendencia natural al egoísmo y éste nos dominará.
Howard Hughes, multimillonario empresario, magnate, inversionista, ingeniero autodidacta, aviador, productor y director de cine famoso por sus películas, y reconocido por sus extraordinarios aportes a la aviación, despilfarró su fortuna como un típico Playboy durante su juventud y aborrecía dar. Como heredero de una gran fortuna se fue volviendo cada vez más tacaño. Hughes permitió que su riqueza creara una creciente barrera entre él y el prójimo. En sus últimos años de vida vivió solitario y recluido, dedicado a evitar los gérmenes y a las personas.
Profundo y agudo contraste es el de George Müller que, al igual que Hughes, heredó una gran fortuna, pero estableció un patrón vitalicio de compartir generosamente. Su vida se caracterizó por servir a las necesidades del prójimo.
Compartir es algo que nos conduce a la vida misma; es el antídoto más efectivo para la enfermedad humana de la codicia. El apóstol Pablo en 1º de Timoteo 6:18-19 dice: “Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen. De este modo atesorarán para sí un seguro caudal para el futuro y obtendrán la vida verdadera”.
Compartir es esencial para el contentamiento. La costumbre de compartir es el mejor recordatorio de que Dios es el Soberano propietario de todo lo que nos da. De manera que compartir nuestro dinero nos ayuda a acentuar nuestro enfoque en la parte que Dios desempeña, y que es la base del contentamiento. Además, compartir nos enseña a poner nuestra atención en el Dios vivo. Un cuadro mental que nos puede ayudar a poner en perspectiva "el compartir" es “imaginarse que lo que uno va a dar lo pone en las manos clavadas del mismo Señor Jesucristo”.
Dar es invertir. Lamentablemente la historia confirma que por naturaleza tendemos a reaccionar en lugar de accionar. En 1905, hablando acerca de Japón, el Doctor John Mott le dijo al pueblo norteamericano: “Podemos dar de nuestra abundancia e invertir enviando mil misioneros a Japón, o nos veremos obligados, dentro de medio siglo, a enviar doscientos mil muchachos con armas de fuego y bayonetas”. ¿Saben Udes. que pasó? La predicación del Doctor Mott no fue correcta… Enviaron seis misioneros, y treinta y seis años más tarde no fueron doscientos mil jóvenes sino que fueron un millón. Y no fueron solamente armas de fuego y bayonetas sino que fue la bomba atómica.
¿Aprenderemos alguna vez, como pueblo rico que ha recibido el evangelio, de las lecciones de la historia? ¿O seguiremos esperando para reaccionar?
En 1889, el industrial millonario, Andrew Carnegie, escribió un ensayo llamado “El evangelio de la riqueza”. La única forma de mantener una actitud de generosidad es hacer propio el hábito de dar tiempo, atención, dinero y recursos.
Si eres un esclavo de la avaricia nunca descubrirás la vida verdadera. Aprende a compartir lo que Dios te ha dado, y descubre la vida verdadera.
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