miércoles, 22 de agosto de 2012

Derrota perversa - Nuestro crecimiento

Una de las imágenes más impactantes de los Juegos Olímpicos de Londres, ha sido la de la surcoreana Shin A Lam. En la pista de esgrima se vivieron durante una hora unos momentos enormemente dramáticos. Sucedió al final del combate con la alemana Britta Heidemann, que concluyó con victoria de la germana debido a un fallo en el sistema de cronometraje.
Una hora tardó en abandonar la pista, una hora que pasó llorando desconsolada en el centro de la pista ante la atónita mirada del público, que mayoritariamente se volcó con ella. Había perdido la segunda semifinal de espada femenina con una gran polémica sobre el cronometraje, en lo que Shin consideró como un error que le había privado del pase a la final.
Tanto ella como su entrenador creían que su contrincante había excedido el segundo que restaba en el cronómetro del combate para marcar el 6-5 definitivo. Su enfado venía por el hecho de que el empate le habría otorgado el pase a la final, ya que tenía la prioridad. Lejos de aceptar la decisión, se quedó quieta en la pista esperando una rectificación que nunca llegó.
Más bien al contrario, los jueces se acercaron a comunicarle la confirmación de su derrota, pero la actitud de Shin A Lam no cambió lo más mínimo. Se quedó sentada en el suelo llorando y no abandonó la pista hasta una hora después, cuando un segundo responsable acudió a hablar con ella. Aunque dividida la opinión del público, predominaban los aplausos cuando finalmente se levantó.
Su mala suerte no acabó ahí. Podía haberse consolado con la medalla de bronce, pero cayó derrotada frente a la china Sun Hujie y concluyó el torneo en la cuarta posición.
Probar el sabor de la derrota es una de las cosas que a nadie le gusta. Querer la victoria pero obtener una derrota es algo que no quisiéramos, pero pensar que siempre obtendremos la victoria en todo no es ser realista. Sé que todos en algún momento de nuestra vida hemos probado el amargo sabor de la derrota. Sentir eso en lo que pensábamos que éramos fuertes, es darnos cuenta de que, simplemente, no lo éramos; es como sentir que las cosas se nos escapan de las manos o de nuestro control; mirar hacia los lados y no ver lo que quisiéramos ver, sino lo que no quisiéramos.
A veces no nos damos cuenta, pero cada derrota que obtenemos en nuestra vida nos hace más fuertes, nos hace producir una mejor capacidad de resistencia. Y es que a veces la victoria no está en todo lo bueno que nos sucede, sino en las lecciones que aprendemos de las derrotas. De nuestro lado tenemos al Creador de todo, al Dios Todopoderoso, a aquel que no se le escapa nada, un Dios detallista, un Dios que cuida a los suyos y, sobre todo, un Dios que tiene un Plan Perfecto para nuestra vida. Las derrotas son pequeños senderos que nos llevan hacia las grandes victorias.

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