miércoles, 22 de agosto de 2012

Siempre en el amor de Dios - vídeo

    Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.  Romanos 8:38-39
Gustavo Adolfo Bécquer dijo: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”, expresando así el sentir general de que la muerte es la conclusión de todo. Esto produce temor en muchos. Pero Pablo dijo: "la muerte no podrá separarnos del amor de Dios,". Dicho de otra forma: aunque con la muerte aparentemente se va todo, no puede arrebatarnos esta bendición que tenemos en Cristo.
Su texto afirma: estoy seguro. A esa seguridad se llega por convicción, como si dijera: estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios. Las adversidades son muchas y todos ellas fuertes, pero ninguna tiene poder suficiente para separarnos del amor de Dios, que nos rodea y sustenta. La primera adversidad, en el texto de Pablo, es la muerte. La Biblia enseña sobre ella que es un estado de separación, y que la muerte espiritual es la separación de Dios a causa del pecado. Sin embargo esto ha sido resuelto para el cristiano. El salvo descansa seguro y la muerte no tiene efectos de terror para él (He. 2:15). El que muere duerme en el Señor y tiene la firmeza de Su promesa: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn. 11:25-26). La morada terrestre del creyente se deshace en la muerte física, pero tiene una eterna, provista por Dios (2 Co. 5:1). La muerte es la puerta que abre al creyente la experiencia definitiva del disfrute de la presencia plena de Jesús (Fil. 1:23). Su promesa nos llena de paz: “Os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros estéis conmigo” (Jn. 14:3). El futuro no tiene incógnitas para el creyente: “Y sabéis a donde voy, y sabéis el camino” (Jn. 14:4). Sabemos que nuestro Salvador está en los cielos, rodeado de honor y gloria. Pero, sabemos también cómo llegar a donde Él está: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Jn. 14:6).  ¡Qué enorme bendición, sabemos que vamos a su encuentro, para estar para siempre con Él!

Pero, todavía algo más: “Estoy seguro que la muerte no podrá apartarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro”. El amor de Dios se ha manifestado al darnos a su Hijo, “Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10). Su amor es en Cristo, nos ama porque estamos en Aquel a quien llama su Amado, y ese amor se extiende a todos los que estamos en Él. Ciertamente la muerte no es grata, pero no puede disminuir la consistencia de nuestra fe. El amor de Dios estará rodeándonos hasta el último suspiro de nuestra vida. En ese instante brillará pujante y la fe se afirmará en la certeza de que todo está bajo el control de quien nos ama con amor eterno. Y luego, al cerrar nuestros ojos aquí, serán abiertos para siempre en Su presencia. Entonces sentiremos que Dios nos dice: Te amo. Y sabremos que la muerte no ha podido separarnos de Su amor.


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