Un roce, una disidencia, diferencias; un gesto, rechazo, celos; un intercambio de palabras al que en su momento no se le dio la suficiente importancia… pueden ser muchas las causas que lo generan. Lo realmente terrible es que comienza con un acto aparentemente sin mayor relevancia y sutilmente va desarrollándose, creciendo, tomando fuerza, envenenando, devastando, erosionando; lenta, pero eficazmente el alma.
Sólo es cuestión de tiempo. Pueden ser horas, días, incluso años. El resultado final es exactamente el mismo. Una causa a la que, antes no se le prestó la debida atención o no fue resuelta como correspondía en su momento, hoy genera una molestia. Hoy es un rechazo, pero mañana quizá sea odio ardiendo, quemando y corriendo literalmente como ríos de lava, devastando a su paso el alma y el espíritu.
El resentimiento es una herida del alma. Una herida dolorosa, muy dolorosa. Ha llevado a personas al asesinato y/o al suicidio en los casos más extremos. El dolor, por la misma puerta que entró es por donde deberá salir. No hay otro método. A menos que la persona que padece tal infección espiritual no haga algo al respecto, el final de la enfermedad es el mismo: cometer alguna clase de acto por el que deberá llorar amargas lágrimas de arrepentimiento; añadirle más dolor a su padecimiento. El resentimiento es la puerta dolorosa de una tumba en la que nos sepultamos nosotros mismos y con ello, nuestros sueños, vida, familia, relaciones.