Nuestro objetivo como Iglesia es llevar a la gente a la fe en Jesús e integrarla en la familia de Dios. Y que nuestro carácter se parezca al de Cristo, glorificando a Dios y sirviendo en toda buena obra.
Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Salmo 102:27
Mi amiga, que había tenido muchas dificultades, escribió: «En los últimos semestres de la vida estudiantil, muchas cosas han cambiado… es aterrador. Nada permanece para siempre».
Por cierto, mucho puede suceder en solo dos años: un cambio de carrera, nuevas amistades, enfermedades, muertes... Para bien o para mal, ¡una experiencia transformadora puede estar a punto de lanzarse en tu camino! Entonces, qué gran consuelo es saber que nuestro amoroso Padre celestial no cambia.
El salmista declara: «Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán» (Salmo 102:27). La repercusión de esta verdad es inmensa: Dios es amoroso, justo y sabio para siempre. Como afirma Arthur W. Pink: «Cualquiera que fueran los atributos de Dios antes de crear el universo con su Palabra, son exactamente los mismos ahora, y permanecerán inmutables para siempre».
En el Nuevo Testamento, Santiago escribe: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (1:17). En nuestro mundo cambiante, podemos saber que nuestro buen Dios siempre será coherente con su carácter.
Quizá parezca que nada dura para siempre, pero Dios sigue siendo bueno con su pueblo.
Señor, gracias porque eres el único que nunca cambia, y eres bueno con nosotros.
Y te daré a mis dos testigos, y ellos profetizarán por mil doscientos y sesenta días, vestidos de cilicio (Versículo 3).
Estos dos testigos son los profetas de Dios, llenos del espíritu santo (Efesios 5:18), que serán enviados en la gran tribulación para proclamar el mensaje del arrepentimiento a los moradores de la tierra. Ellos vendrán a alertar a los pueblos sobre los juicios que se aproximan a causa del pecado. Ha habido muchos debates sobre la identidad de los dos testigos. Muchos dicen que creen que estos dos testigos serán 2 de estos 3 hombres: Moisés, Elías y Enoc. Primeramente, Elías no murió, fue llevado al cielo en un torbellino y un carro de fuego (ver 2 Reyes 2:9-11). Del mismo modo, Enoc fue llevado al cielo sin experimentar la muerte (ver Génesis 5:24 y Hebreos 11:05). Él también profetizó la venida del día del juicio de Dios y el regreso de Cristo con su Iglesia (ver Judas 14, 15). Elías y Enoc no tuvieron una muerte natural, sino que fueron arrebatados por Dios. Por esta razón muchos creen que los dos testigos sean Elías y Enoc.
Parece que Elías es un candidato seguro. Por otra parte, puede que Moisés será el otro testigo porque se apareció con Elías en el Monte de la Transfiguración (Mateo 17:1-8). Ésta podría representar un anticipo de la gloria que ha de venir en el día del Señor Jesucristo. También hay que tener en cuenta que el cuerpo de Moisés fue preservado por Dios. Judas 9.
Estos testigos, vestidos de cilicio, proclamadores del mensaje del juicio, serán odiados. Terroristas de los Últimos Días intentarán destruirlos. Sin embargo, Dios lo prohíbe y ofrece protección soberana.
“Lo que más temía, me sobrevino; lo que más me asustaba, me sucedió”
(Job 3:25 NVI)
Mi familia entera casi desaparece en este accidente, era la expresión agobiante de un alma golpeada por la desgracia. Sus padres, su tía y su abuela, se habían estrellado en la carretera; su abuela, mujer virtuosa y llena de alegría, se despidió de él la noche anterior con su sonrisa cargada de luz; es el recuerdo que se esfuerza por conservar, su dulce figura diciendo adiós en la distancia. Solemos creer que tenemos todo seguro en la vida, que somos lo suficientemente buenos como para no sufrir, pero hasta el hombre más recto e intachable tiene que ser probado para poder evolucionar como persona. Dios da abuelos, padres, hermanos, hijos, nietos, amigos etc, no para que formen parte de un árbol genealógico, sino para hacer de ti alguien dispuesto a servir y dar lo mejor de sí por el bienestar del otro.
Temí que el día en que “mami Chelita” partiera, no pudiera ser de bendición para mi esposo; las veces que habíamos conversado acerca de ese asunto, su enfado salía a relucir, negándose a sí mismo la condición humana de nacer para morir en Cristo a la que todos estamos destinados. Es en ese preciso instante en el que recibes la trágica noticia, en la que el tiempo parece ir en cámara lenta, en un ambiente hostil en donde la bruma amenaza con dominarnos y cubrir el poco entendimiento que nos queda, en una inmensa tristeza e impotencia, cuando tomamos decisiones; caemos, o nos levantamos y avanzamos, para finalmente dar un parte de victoria.
Podemos culpar a Dios, gritar de desesperación, apretarnos el pecho para poder contener el dolor que agita nuestra existencia, al saber que lo que más amamos y que nos fue concedido por la gracia y amor del Todopoderoso puede que ya no esté… Si aún tienes la oportunidad de disfrutar de los tuyos, es hora de entender que la paz, el sosiego y el reposo en el hogar se hallan cuando estás dispuesto a soltar tu orgullo y egoísmo, dejando de pensar en ti, para hacer felices a quienes te rodean.
Los tiempos de agitación son constantes cuando de manera egoísta quieres cumplir tus metas y ser la persona que quieres ser, sin darle cabida a la mano del Señor en tu carácter y forma de ver la vida; pero cuando te rindes y abandonas esa actitud, logras que el poder sobrenatural de Dios haga en medio de la más dura tragedia, que las relaciones perdidas renazcan de las cenizas como el ave Fénix, y sean restauradas y restablecidas en el orden divino para el cual fueron creadas.
“Él ha sido asesino desde el principio y siempre ha odiado la verdad, porque en él no hay verdad” (Juan 8:44 NTV),
El 12 de junio de 2012, la jueza dictaminaba que un dingo (perro salvaje, subespecie de lobo y autóctono de Australia) había causado la muerte de Azaría Chamberlain. Lindy Chamberlain y su esposo, el pastor Michael Chamberlain, acampaban con sus tres hijos en Uluru, en el desierto australiano, en agosto de 1980. De noche, Lindy colocó a Azaría, de nueve semanas de edad, en una cuna en la tienda de campaña, y regresó con los demás para cocinar al aire libre.
Poco después, unos testigos escucharon gruñidos y a un bebé llorando, y Lindy corrió a la tienda y vio cómo su hijita era tomada por un dingo. Desde la muerte de Azaría en 1980, hubo 27 ataques de dingos a humanos en Australia, tres de ellos fatales. Antes de este episodio, esto era desconocido.
Este hecho dividió a Australia: algunos estuvieron en contra de Lindy, acusándola de asesinar a su bebé, otros incluso como sacrificio en un ritual religioso. Así, en 1982, Lindy fue sentenciada a cadena perpetua por asesinato, y su esposo fue acusado posteriormente de complicidad, con sentencia suspendida.
Cuatro años después, se encontraron prendas de vestir de la pequeña en terreno de dingos. Lindy Chamberlain fue absuelta de cargos, dado que su culpabilidad no podía demostrarse más allá de toda duda razonable. Después de esto, los Chamberlain siguieron insistiendo en la justicia para lograr una resolución definitiva. Finalmente, después de treinta años, un juez dictaminó oficialmente que la bebé había sido matada por un dingo, reforzando la versión de la madre y pidiendo disculpas en nombre de la justicia australiana por no haber hecho justicia.
El caso fue tan famoso que se escribieron libros al respecto y, en 1988, se filmó una película titulada “A Cry in the Dark” (Un grito en la oscuridad), en la que Meryl Streep interpretó a Lindy Chamberlain, y fue nominada al Oscar por esa actuación.
Más allá de la curiosidad macabra de algunos, la cuestión importante fue la condena injusta de alguien inocente. Es inimaginable Io que debió ser para una madre que todos creyeran que ella misma había asesinado a su hijita de nueve semanas. Pero Dios puede comprenderlo muy bien: él mismo es acusado por Satanás de no desear la felicidad de sus criaturas. Es presentado ante el universo como un ser despótico y antojadizo, que juega con la felicidad de sus criaturas. Muy pronto, empero, el verdadero carácter de Dios quedará totalmente esclarecido ante el universo. Satanás se mostrará tal como es, y todos absolutamente reconocerán que Dios es amor.
“El perdón es algo curioso; calienta el corazón y enfría la picadura”.
Todos hemos leído un millón de artículos sobre el perdón y escuchado miles de charlas sobre el tema. Pero, de todas maneras, es muy difícil de practicar. El perdón no es nada fácil para la mayoría de nosotros.
Siempre que alguien nos lastima, quedamos con un sentimiento de herida, ira y venganza. Nos es muy difícil pasar por alto la herida que alguien nos ha infligido. Pero el perdón no es olvidar, es simplemente soltar la herida. No es algo que damos a otros sino a nosotros mismos.
La herida y dolor que alguien nos causa, pueden ser siempre parte de nuestra vida, pero el perdón nos ayuda a soltar su agarre para que podamos seguir adelante.
Y en cuanto a quién perdonar, comencemos con un amigo que nos ha lastimado mucho, o el extraño que nos pisó el callo en un autobús, y luego a aquellos entre esos dos extremos.
Perdonarnos a nosotros mismos es también importante. Y perdonemos rápido ya que entre más tiempo tomemos y más lo pensemos, podríamos no estar listos nunca para hacerlo. Así que hagámoslo tan pronto como podamos porque aunque no cambie el pasado, definitivamente cambiará el futuro.
Y recordemos: “No perdonar es como ingerir raticida y esperar que la rata muera”.
Hoy día, algunos sectores del cristianismo han mistificado al perdón, convirtiéndolo en “atadura” para quienes nos han ofendido y a quienes no hemos perdonado. Sin embargo, la razón por la que el Señor nos llama a perdonar es precisamente porque, al no hacerlo, somos nosotros mismos los más perjudicados. Y en esto, aún la ciencia confirma el impacto sobre nuestros cuerpos de la amargura resultante del no perdonar.
Así que, vivamos la vida abundante que Dios nos ofrece dando el indispensable primer paso: perdonando a quienes nos ofenden.
La critica es un arma benigna o maligna dependiendo del que la esgrime, y se usa para señalar lo que hemos hecho incorrecto; pero si se nos presentan las debidas correcciones y las vías para solucionar lo incorrecto, podemos decir que la crítica es constructiva y por lo tanto benigna. En estos casos, generalmente proviene de personas que saben que no son perfectos, que también cometen errores y han sabido solucionarlos, y que ahora, modestamente, están dispuestos a ayudar a los demás.
Por el contrario, cuando se hace con alevosía y resentimiento, en cuyos verdaderos propósitos se encubre el deseo de molestar, herir o perjudicar; entonces la critica es maligna; preferiblemente que no se haga aun cuando lo que se dice sea la verdad.
En una ocasión, José Martí (político republicano-democrático cubano) fue invitado, por los dueños de un restaurante de Nueva York, a un almuerzo para que él les hablara al resto de los invitados sobre la libertad de Cuba. Para el evento se usó una gran vajilla, de ésas que incluso tienen un pequeño recipiente para enjuagarse las puntas de los dedos cuando se cubren de grasa.
Uno de los participantes, no sabiendo lo que es un enjuagatorio y al ver que dentro tenia un pedacito de limón, que es para ayudar a diluir la grasa, pensó que se trataba de una limonada, y sin tardar bebió de ella cuando sintió sed.
Algunos de los que estaban próximos a este hombre, disimuladamente se burlaron. Martí al verlos riéndose, se apropió de su enjuagatorio y bebió con gran gusto. Entonces, uno de los burladores al verlo, sorprendido, le preguntó: -¿por qué lo haces, si tú sabes que es un enjuagatorio?-. A lo que Martí respondió: -¿por qué reírnos de este hombre si su desgracia es no saber para lo que sirve?
Sin dudas Martí no fue un hombre perfecto, porque nadie lo es; pero está claro que tuvo que ser alguien que creyó mucho en Jesucristo; dicho sin querer comparar el primero con el segundo, porque el segundo no ha tenido ni tendrá quien se le compare. Martí en sus salidas extraordinarias a los problemas, seguramente pensó en cómo Jesucristo lo hubiera hecho.
Hay decisiones en la vida que, sea por elección u omisión, traen un peso sobre nuestras vidas casi imposible de sobrellevar. Y la mayoría de las veces no las compartimos con nadie porque nos da vergüenza, o simplemente no queremos que nadie se entrometa en lo que ha sido un desacierto. Con el paso del tiempo se convierten en una carga tan pesada que se nota en nuestro andar diario, en nuestro rostro, y ya no lo podemos ocultar. Pareciera que forma parte de nuestra vida y que, como le pasa a todas las personas, es normal.
El peso en el alma es imposible de ocultar.
La biblia dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Isaías 53:6 (VRV)
Nosotros tenemos la oportunidad de mirar al pasado para ver y conocer la identidad del Mesías prometido, quien vino y murió por nuestros pecados. Pero si vemos todo lo que Jesús hizo y lo seguimos rechazando, lo que estamos diciendo es que Jesucristo no tiene poder para liberarnos y quitar el peso de nuestras culpas.
Después de ser azotado, escarnecido y golpeado, el Señor Jesucristo, sale por las calles de Jerusalén, llevando la cruz donde sería clavado. ¿Cuánto pesaría esa cruz de madera? Seguramente era lo suficientemente pesada, para que cualquier hombre que pudiera cargarla por un largo trecho, desmayara bajo su peso. Y mucho más se sentiría su peso, ante la debilidad causada por los latigazos, y los golpes impartidos por los soldados romanos en el cuerpo de Cristo. Aquel que dijo un día al paralítico: levántate y anda ¿no podía hacer que sus piernas tuvieran la fortaleza de soportar el peso de la cruz? Aquel que sanó a tantos ¿no tenía ahora poder para sanar sus heridas? ¿Se había terminado el sueño utópico de liberar a su pueblo? ¿Debían sus seguidores seguir soportando el “eterno” peso de sus malas decisiones? Sin embargo, Jesús el Hijo de Dios, creador de este mundo, se somete a la debilidad por amor a nosotros. No se valió de su poder para evitar sus propios sufrimientos aunque podía hacerlo. Pero la carga mayor que tenía que realizar no consistía en una cruz de madera. Sus peores sufrimientos no eran los clavos y la corona de espinas.
“El único lugar donde tu sueño se vuelve imposible es en tu pensamiento.” Robert H. Shuller
Hace poco tuve una conversación con alguien que me dijo: “mi vida se acabó, no la encuentro sentido, soy un fracasado en todo, perdí la ilusión…” Cada una de sus palabras estaban marcadas por la frustración, y así como esta persona, hay muchas que piensan que sus vidas no están yendo a ninguna parte. Personas que han perdido o están a punto de perder su matrimonio, su familia. Personas que han perdido su trabajo o negocios. Personas que han perdido su ministerio. Para ellos la vida se ha acabado, piensan que no pueden volver a tener una relación, que nadie los va a contratar, que no tendrán la oportunidad de servir. Sus pensamientos los hace volverse más temerosos, desconfiados, pesimistas y deprimidos.
Estas personas que han perdido sus sueños, lo que en realidad han perdido es la falta de propósito. Necesitan descubrir su propósito para no pasar el resto de sus vidas cometiendo errores, sintiéndose con sentimientos de fracaso. Necesitan entender que su propósito debe ser mayor a los desafíos que se les presentan en la vida.
El propósito tiene que ver con la misión especifica en mi vida que exige cumplimiento por mi parte. Nadie más puede hacerlo. Cada uno de nosotros ha sido creado con un propósito.
“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.” Efesios 2:10 (NVI)
Allí,
sobre la plataforma, Salomón se arrodilló y, extendiendo las manos al cielo,
oró… 2 Crónicas 6:13 NVI.
Cuando mi
esposo toca la armónica en la iglesia, a veces, cierra los ojos. Dice que lo
ayuda a concentrarse y aislarse de las distracciones para alabar a Dios; solo están
su armónica, la música y él.
Algunos se preguntan si debemos cerrar los ojos al orar. Sin embargo, dado que podemos orar en cualquier momento y lugar, puede ser difícil cerrar los ojos
siempre; ¡en especial, si estamos caminando, desbrozando o conduciendo un
vehículo! Además, no hay reglas sobre qué posición debemos adoptar al hablar con Dios.
Cuando el rey Salomón oró para dedicar el templo que había edificado, se
arrodilló y «extendió sus manos al cielo» (2 Crónicas 6:13-14). Arrodillarse
(Efesios 3:14), quedarse de pie (Lucas 18:10-13) e incluso postrarse con el
rostro al suelo (Mateo 26:39) son todas posturas de oración mencionadas en la
Biblia. Ya sea que nos arrodillemos o nos pongamos de pie ante Dios, que levantemos las manos
o cerremos los ojos, lo importante no es la postura, sino el corazón. Todo lo
que hacemos «mana» de nuestro corazón (Proverbios 4:23). Eso sí, cuando oramos, que
nuestro corazón siempre esté inclinado en adoración, gratitud y humildad frente
a nuestro Dios, porque sabemos que están «abiertos sus ojos y atentos sus oídos a la oración» de su pueblo (2 Crónicas 6:40).
Señor, que siempre pueda concentrarme en ti.
La
forma más elevada de oración surge de lo profundo de un corazón humilde.