Nadie sabe el día ni la hora en que habremos de partir de este mundo. Tampoco sabemos la forma en que sucederá. ¡Gracias al Señor que no lo sabemos! De ser así, algunos aprovecharían para procurar ponerse a cuentas con Dios, rectificando rumbos y haciendo sendas rectas al final del camino, pretendiendo alcanzar la vida eterna. Otros quizá entiendan que ese tiempo que les queda por vivir es la oportunidad para hacer todo lo que siempre han deseado, no importando si se trata de algo bueno o malo; “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.”, como dice: (1 corintios 15:32). Son variadas y muy peculiares las formas de reaccionar del ser humano ante una situación como esta.

En otra ocasión, un padre de familia, al enterarse que tenía cáncer, no quiso ser gravoso con los suyos ¡y se suicidó!
Evidentemente, no es una buena idea que sepamos lo que nos espera con respecto a la muerte, a menos que estemos preparados para afrontarla.
Pero, ¿cómo nos preparamos para algo así? El apóstol Pablo dijo estas palabras a los filipenses: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Luego continúa diciendo: que él prefiere morir y estar con Cristo, pero que si a causa de la obra es mejor que se quede, porque ellos lo necesitan, entonces lo hará…(Filipenses 1:22-24). Este dilema que nos presenta el apóstol, tiene que ver con la muerte física. Evidentemente, Pablo lo tenía clarísimo. Era obvio que él conocía los beneficios de dejar este mundo limitado y en franca destrucción, para irse a las moradas celestiales que Jesús fue a preparar para todos los que en Él confían. Pablo prefería dejar este lugar de injusticias, de luchas, de hambre, de enfermedad, de violencia y dolor, por un mundo de paz, amor y gozo eterno, junto a su Señor. En otras palabras, Pablo anhelaba estar en el seno del Padre Celestial.
El apóstol no era un suicida, ni un depresivo que deseaba morir. Era un hombre, un siervo de Dios ¡que supo situar a la muerte en el lugar correcto! Él sabía que como “peregrinos y extranjeros” un día deberíamos volver a la Patria Celestial. Para eso, sería necesario cambiar el actual ropaje. Muerte significa precisamente eso: “cambio”… “mudanza”. No es posible entrar allí, en aquella dimensión incorruptible, con un cuerpo corruptible. (1 Corintios 15:50). La muerte nos traslada a otra dimensión; y a menos que seamos arrebatados, las enfermedades y los accidentes son algunos de los métodos por medio de los cuales nos iremos de este mundo. A todos, obviamente, nos resulta muy doloroso perder a un ser querido, pero el Consolador, el Espíritu Santo de Dios, derrama en nuestros corazones, el bálsamo de paz y consuelo necesario para superar ese trance y continuar con nuestras vidas. ¡Nos mantendrá siempre con la esperanza del glorioso reencuentro con el Padre.
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