Cuando Josué envió secretamente a dos espías para reconocer la tierra de Jericó, fueron enviados específicamente a la casa de una mujer con nada bueno destacable. Al contrario, en la primera presentación de Rahab, la Biblia nos dice que era una ramera (Josué 2:1).
A pesar de esto, ella se convirtió en una mujer de fe ejemplar, e incluso llegó a ser parte de la genealogía del Señor Jesús. Su historia es una historia de gracia y redención.
La historia de Rahab
Como amorrea, Rahab pertenecía a un pueblo idólatra. Vivió en Jericó, y su casa estaba junto a la muralla (Josué 2:15). Era un lugar privilegiado y próspero; a pesar de ello, y para su desgracia, el trabajo de Rahab era la prostitución. Jericó era parte del reino amorreo, un reino de personas violentas y depravadas. Dios condenó a este pueblo y ordenó a los israelitas que los hicieran desaparecer. (Deuteronomio 20:17).
La colaboración de Rahab con los espías significó el comienzo de la caída de Jericó. Los espías israelitas no estaban allí con el mismo propósito con el que llegaban los demás hombres. Eso sí, la trataron con mucho respeto y dignidad mientras hacían su reconocimiento; le explicaron quiénes eran y en nombre de quién venían. Seguramente también le testificaron del Señor.
Cuando el rey de Jericó mandó decir a Rahab que sacara a los hombres que habían entrado en su casa, hombres que ella ya había escondido, ésta dijo que no sabía a dónde habían ido (Josué 2:2-5). ¡Sorpresa!, Rahab era una mujer que vendía su cuerpo, y posiblemente se hubiera ganado una buena recompensa por entregar a los espías, pero por el contrario, Rahab los ocultó y les salvó la vida, evidenciando su inesperada expresión de fe.
La fe de Rahab dio frutos inmediatamente, como leemos en Hebreos 11:31: “recibió a los espías en paz”.
Ella contó a los espías lo que había oído acerca de los israelitas y de cómo cruzaron el Mar Rojo. En Josué 2:11 leemos cómo Rahab hace una notable confesión de fe: “El Señor, el Dios de ustedes, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”.
Los espías juraron que tratarían con bondad a Rahab y a su familia cuando el Señor les diera la tierra. Le pidieron que pusiera un cordón escarlata en la ventana (Josué 2:17-18). Esta señal estaría a la vista de todo Israel y nadie sería sacado de la casa cuando Jericó cayera.
Rahab fue salvada junto a su familia, y Josué 6:25 nos dice que “ella ha habitado en medio de Israel hasta hoy”.
Rahab no se vuelve a mencionar por su nombre en el Antiguo Testamento. Cuando Josué se percató que ella vivía todavía en Israel, seguramente ya había pasado mucho tiempo. Ya no era aquella mujer que una vez fue… ¡ese es el resultado de la gracia de Dios y del efecto transformador de la fe que nos salva!
Después aprendemos que Rahab no solo fue usada por Dios para salvar a los espías, sino también para que de su familia viniera el Salvador. Así nos lo cuenta el evangelista Mateo en 1:5-6: “Salmón fue padre de Booz, cuya madre fue Rahab; Booz fue padre de Obed, cuya madre fue Rut; y Obed fue padre de Isaí; Isaí fue padre del rey David…”.
Una mujer de fe
Una mujer de fe
De la historia de Rahab podemos aprender:
1. Su vida es una muestra de fe.
“Por la fe la ramera Rahab no pereció con los desobedientes, por haber recibido los espías en paz”, Hebreos 11:31.
Con su hazaña, Rahab mostró su fe hacia ese Dios que ella misma testificó como el Dios de los cielos y la tierra. Esto fue antes de ver por sí misma las bondades del Antiguo Testamento, y ¡mucho antes de la Cruz! Es una fe que confió en el carácter de aquel Dios del que ella había escuchado.
2. Nuestro pasado no determina nuestro futuro.
“Ella ha habitado en medio de Israel hasta hoy, porque escondió a los mensajeros a quienes Josué había enviado a reconocer a Jericó”, Josué 6:25.
En la vida de Rahab vemos que su pasado no determinó su futuro. Por su fe y la gracia de Dios sobre su vida, pasó de habitar con un pueblo destruido a un pueblo escogido por Dios.
3. La salvación es mayor que nuestro pecado.
No importa lo grande que haya sido nuestro pecado, pues por la obra de Cristo en la cruz podemos tener salvación. Rahab no fue redimida por haber escondido a los espías; no se ganó el favor de Dios por eso. Ella actuó con fe; ella nos enseña que Dios por su gracia y misericordia puede redimir incluso al más pecador de los pecadores. De hecho, esta misma fe de Rahab es solo eso: fe, no una obra como tal. Y fue esa fe la que la salvó.
“Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”, Efesios 2: 8-9.
Rahab es un recordatorio de lo que nos dice el autor de Hebreos en 11:6, “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que es remunerador de los que le buscan”. Ella creyó, y Él la remuneró, aprendamos de su ejemplo.
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