lunes, 24 de febrero de 2020

No dejando de congregarnos

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” Hebreos 10:24-25

Continuamente el Señor nos da ejemplo de su asistencia a la sinagoga o al templo, porque nos quiere enseñar que es necesario para nuestro crecimiento espiritual que busquemos a Dios en el lugar de adoración.

En la iglesia nos llenaremos del gozo del que adora al verdadero Dios y nos fortaleceremos para la lucha. En la iglesia encontraremos el consuelo de la oración. En la congregación estaremos adorando a Dios junto a los hermanos, y nos daremos cuenta de que somos un cuerpo y Cristo es la cabeza.

I. Jesús le dedicaba tiempo a la oración en el templo (Lucas 4:16)

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El Señor, Dios hecho hombre, bajó a la tierra a salvarnos a nosotros los pecadores, para mostrarnos el camino de la salvación, y nos mostró el camino de la oración. Asistía al templo todos los días de reposo, tal como nos dice el texto “conforme a su costumbre”.
Cristo asistía al lugar de oración frecuentemente, para hablar con su Padre. No tenía necesidad de esto, porque su Padre siempre lo oía, en cualquier lugar en que se encontrara (Juan 11:42).
Pero de esta forma nos indicó que es bueno para nuestro espíritu asistir a la iglesia. No solamente es bueno, es necesario para nuestra condición humana que le dediquemos a Dios un tiempo especial.
Todos estaban acostumbrados a ver a Jesús en los lugares de oración. Y no solo eso, sino que además participaba activamente del culto. Vemos en el texto que Cristo se levantó a leer la Sagrada Escritura. A leer la voz de su Padre para los hombres, profetizando sobre Él mismo.
Nosotros debemos imitarlo y participar activamente en la iglesia. Lo podemos hacer en distintos ministerios. Algunos tendrán el don de la música para la alabanza, otros el don de gentes para recibir a los hermanos que se acercan por primera vez (Romanos 12:6-8). Todos tenemos un rol que podemos desempeñar para el servicio a Dios y a los hermanos. Debemos buscarlo en nuestro interior y ponernos manos a la obra para la gloria de Dios. 

II. En la iglesia nos encontraremos con Jesús (Mateo 18:20)

a. Si buscamos a Dios, lo hallaremos (Mateo 7:8), porque Él quiere que nos acerquemos a Él. El Señor es un padre amoroso esperando por su hijo, atento a cada señal que le indique que estamos por visitarlo. Es así su amor, que nos regala comunidades fervientes en muchos lugares, donde podemos orar junto a los hermanos por nuestro crecimiento en la fe.
b. En la iglesia encontraremos tanto gozo en el encuentro con Jesús, que pediremos estar siempre allí. Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré: que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para buscarlo en su templo.” (Salmo 27:4)
c. Estar todos los días de nuestra vida en el templo será nuestro gozo, porque encontraremos la paz necesaria para la oración. Como dice el texto, nos vamos a encontrar allí con Jesús para contemplar su hermosura.
La hermosura no es física, es la hermosura del gozo que da el Espíritu Santo cuando estamos en amistad con Dios. Esto nos llenará de tal alegría que luego la podremos contagiar a los hermanos y así retroalimentarnos en el amor a Dios.
d. En la iglesia tendremos el clima y el recogimiento para poder inquirir al Señor. Inquirir significa buscar conocimiento, sobre todo a partir de preguntas.
Preguntemos al Señor. Él nos dará las respuestas que buscamos. Muchas veces queremos resolver nuestros problemas y angustias, sin ponerlos primero a los pies de Dios. (Éxodo 25:22).

III. Somos un cuerpo y Cristo es la cabeza (1 Corintios 12:26-31)

a. Cuando vamos a la iglesia, y fuera de ella, debemos buscar la unión. Una unión en doble sentido, con la cabeza que es Cristo, y con los hermanos, que son el cuerpo. Ahora somos uno solo, en oración ante Dios, cada uno con sus dones y con sus dolencias. Por esto, si un miembro está sufriendo sufre todo el cuerpo; y si otro está recibiendo consuelo, se derrama a los demás (verso 26).
b. En la iglesia hallaremos esta unión, y a través de ella, recibiremos más dones que si los pedimos solitariamente. Porque las voces de los hermanos se unirán y serán un solo clamor hacia Dios, buscando su gracia. Unos serán maestros, otros profetas, otros sanadores, pero todos miembros de un mismo cuerpo que está en oración (verso 28). Si somos conscientes de esta realidad, no estaremos nunca solos y recibiremos el consuelo del Espíritu que se derrama sobre los que lo piden de corazón.
c. Al asistir a la iglesia, observaremos diversos dones en los hermanos (Romanos 12:5-9). Sin embargo, el apóstol Pablo nos advierte que si no tenemos amor, nada sirve. Por ello, la congregación no será una verdadera iglesia si no se practica el amor entre los hermanos. Alguno profetizará, otro sanará las dolencias del cuerpo, pero no se avanzará en el camino si no hay amor.
d. No podremos crecer espiritualmente, si no nos entregamos a los demás con verdadero amor. Si lo que buscamos en la iglesia es sobresalir, entonces no tenemos verdadero amor. El amor es humilde, es paciente, no se enfada, no busca el mal (1 Corintios 13:4-8). Así debemos ser con los hermanos, y entonces estaremos encaminados hacia el encuentro profundo con la palabra de Dios, palabra que reforma nuestras vidas (Hebreos 4:12).

Conclusión

Los cristianos debemos imitar a Cristo (Efesios 5:1). Y Cristo nos mostró con Su ejemplo, que para hablar con su Padre asistía frecuentemente a los lugares de oración, ya sea la sinagoga o el Templo. Del mismo modo tenemos que hacer nosotros, asistiendo a la iglesia para entrar en comunión con Dios y nuestros hermanos en la fe (Hechos 2:421 Corintios 1:9).
Que vayamos a la iglesia no es algo secundario a nuestra vida espiritual. Al hacerlo, encontraremos allí el gozo que nos fortalecerá para la lucha diaria contra las tentaciones (Efesios 6:12). Y encontraremos también el tiempo para el arrepentimiento, pidiendo con humildad perdón al Dios de la misericordia.
La fuerza para nuestra vida espiritual debe brotar de la consciencia de que somos un solo cuerpo, y Cristo es nuestra cabeza (Colosenses 1:15-18). Como un cuerpo con muchos miembros, tenemos que poner nuestros dones al servicio de los hermanos, y permanecer unidos a la cabeza que es Jesús. Así creceremos unidos hasta llegar al Reino, donde será el culto eterno al Dios Todopoderoso.


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