Hechos 1:8 “pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
En el momento en que una persona recibe a Cristo en su corazón, el creyente percibe que tiene una joya sumamente útil y preciada, su testimonio personal. Dios le ha dejado en sus manos esta hermosa joya para que la utilice en llevar a otros a los pies de Cristo.
Es entonces cuando el creyente es testigo de algo que acaba de suceder en su vida (Hechos 5:32), y no tan solo su misma persona sino también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que lo obedecen. Pero ¿de qué es testigo el creyente?
En Hechos 1:22 se nos menciona el ser testigo de la resurrección de Cristo. Cuando le compartes a una persona que Cristo entró a tu corazón y que cambió tu vida, le estás diciendo que Cristo no está muerto, sino que está vivo y estás siendo testigo de su resurrección (Colosenses 3:1).
No hay nada más valioso que lo que Cristo ha hecho y ha transformado dentro de ti, por lo que tu testimonio personal es de gran valor, único y muy útil al Señor Jesús. El mundo te podrá rebatir cuando les hables de Cristo, de la creación, de la Biblia, pero callarán ante la experiencia real que tuviste cuando invitaste a recibir a Cristo.
Lo que expresa una persona que Cristo ha hecho en uno, ese momento, a eso se le llama testificar. Es importante tener cuidado en no permitir que ni el mundo, satanás o la antigua naturaleza carnal, robe tu testimonio personal de Cristo.
En Hechos 26, Pablo es un gran ejemplo de un hombre que aun estando preso en Cesarea, daba su testimonio y testificaba que Jesús está vivo (Hechos 25:19). No compartió teología, sino que hizo uso de su testimonio personal y experiencia que tuvo con Cristo.
Pablo ya llevaba más de 20 años convertido, y continuaba dando el mismo testimonio que cuando se convirtió. Una conversión única y genuina por la que Pablo sabía que Dios lo había escogido para dar testimonio de Él (Hechos 26:16-18).
El creyente tiene la oportunidad de expresar el Evangelio a través de su testimonio personal, por lo que siempre debemos estar preparados para compartirlo donde quiera que estemos y a donde quiera que vayamos, ya sea en un taxi, el trabajo, la escuela, etc. (1 Pedro 3:15).
Cuando una persona recibe a Cristo en su corazón y ha dado fruto de un nuevo nacimiento, tiene un testimonio personal de cómo Dios transformó su vida para compartir con las demás personas (Juan 9:24-26).
Te preguntarás, ¿y cómo debe ser un testimonio? Es necesario tener un tiempo a solas con Dios para elaborar tu testimonio personal. El testimonio se prepara con cuidado y es conformado por: antecedentes (Hechos 26:4-8), conversión (Hechos 26:12-15) y lo que Cristo ha hecho en tu vida (Hechos 26:16-18). Aprovecha cualquier oportunidad para compartir el gran tesoro que hay en tu testimonio, ya sea en público o en privado.
El testimonio personal lo debemos tener siempre vivo y utilizarlo toda la vida, siempre. Es una joya muy valiosa que Dios te dio (Hechos 1:8), no lo escondas nunca, compártelo a cada alma que cruza tu camino (Mateo 10:32).
Cuando pierdes el amor por Cristo y ya no hablas de Él, has perdido tu primer amor, has perdido tu testimonio personal. ¿Y por qué? La razón principal es por no cuidar lo que Cristo ha hecho en tu vida y permitir entrar cosas que Dios ya había quitado de tu corazón, pero sobre todo, por no pulir tu testimonio que es una joya de gran valor. Meditemos continuamente en lo que Él hizo en nuestra vida (Éxodo 20:2) (Hechos 26:18) con gratitud, y nuestro testimonio tendrá el impacto que proviene de Dios, al compartirlo.
El testimonio de cada creyente es una carta dirigida a las almas de este mundo, escrita en un corazón de carne y leída por todos los que nos rodean. Te podrán decir que estás loco o podrás persuadir a otros a seguir a Cristo (Hechos 26:24-28) (Josué 1:9).
No hay comentarios:
Publicar un comentario