A lo largo de nuestra vida experimentamos el desánimo muchas veces. La falta de energía, vitalidad o interés en ciertas áreas, unas veces provocadas por cansancio físico y otras por motivos emocionales, son las principales causas. Dentro del desánimo está también el que experimentamos en el área espiritual.
Este raro sentimiento, como de falta de energía para seguir adelante con lo que estás haciendo, como que quieres pero algo te desanima...; no son los problemas, incluso a veces ni siquiera es algo que puedas explicar, pero el caso es que sientes que aunque quieres hacer algo, por algún motivo terminas desistiendo.

La mayoría hemos pasado por momentos de este tipo, todos llegamos a un punto en que las cosas comienzan a sentirse monótonas; ponemos nuestra mirada en otras cosas cuando debería estar en Jesús, escuchamos algún mal comentario y comenzamos a perder la comunicación con Dios, a alejarnos de Él, y perdemos tanto el tiempo que para cuando caemos en la cuenta ya estamos por ahí, en algún rincón, tristes y desmotivados, sin esa fuerza de empuje que nos ayude a hacer algo, sin una motivación aparente.
Cuando nos sentimos desanimados acostumbramos a dejar de lado lo que con tantas ganas habíamos comenzado a hacer. A veces nuestros motivos para realizar una actividad o desempeño espiritual son muchos al comenzar, pero a medio camino los vamos perdiendo uno a uno hasta que tomamos la decisión de terminar con todo.
Pero más grande que las razones que provocaron tu desánimo, está el motivo principal que te anima a seguir adelante y a no desistir; es el amor de Dios el que te mueve, el que te impulsa hacia adelante, a mantenerte firme hacia la meta del camino que comenzaste. Sea miedo, dolor, tristeza, o decepción por lo que estés pasando, ten presente lo que dice Dios en su palabra “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará. Deuteronomio 31:6
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