No es muy común que nos denominemos “discípulos de Jesús”. Preferimos decir que somos cristianos, porque es mucho más fácil de comprender y tampoco está mal dicho. Pero ser cristiano, en la mente de muchos, presupone ser seguidor de una fe que valora unas instituciones religiosas, una cierta clase de líderes religiosos, y unas determinadas prácticas y tradiciones religiosas que tuvieron inicio en “el Cristo” hace unos milenios.
El tema es que Jesús no nos ha llamado para una nueva religión, sino para una nueva vida. Una vida que está totalmente centrada en Él y no en nosotros. Las religiones están centradas en las personas pues buscan proveer a los fieles una respuesta que funcione para sus necesidades, a su manera. No es extraño que escuchemos a personas que digan “yo sigo a Dios a mi manera”.
En nuestra caminata para experimentar esa nueva vida, Jesús nos llama a que seamos sus “discípulos”. Un discípulo es alguien que está siempre dispuesto a aprender de su maestro y aumentar su conocimiento. Pone en práctica lo que aprende y desarrolla nuevos hábitos que son evidencias de su aprendizaje. Además de todo esto, según Lucas 14.25-27, aquel que desea seguir al Maestro Jesús y ser su discípulo, debe dejar para segundo plano todo lo demás, poniendo a Cristo en primer lugar y buscando hacer su voluntad.
Jesús se enfadó varias veces con los religiosos, y en uno de esos momentos se enfadó con personas que lo buscaban solamente para comer (Juan 6.26). Jesús no es el fundador de una religión más que viene a dar a las personas lo que ellas quieren y a su manera, sino el Rey poderoso de un Reino Eterno que nos invita a que lo sigamos, para esparcir su verdad y vivir según sus valores. El único que puede perdonar a la humanidad de sus pecados y generar en cada uno de nosotros una nueva y plena vida.
Si quieres contestar positivamente a la invitación de Jesús y ser uno de sus discípulos, empieza por preguntarle qué es lo que Él desea de ti, y no qué es lo que tú quieres de Él.
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