Maximilien Robespierre, abogado y político francés, nació el 6 de mayo de 1758 en Arras, Francia. En los inicios de la Revolución Francesa, de la cual fue un prominente líder, sirvió en la Asamblea Nacional Constituyente, hasta hacerse con el gobierno. Desde la Asamblea encabezó una dura y cruel persecución contra los “enemigos de la revolución”, tanto extremistas como moderados, dando inicio a lo que se llamó Reinado del Terror.
En cierta ocasión, en Julio de 1794, un anciano caminaba lentamente entre los presos que esperaban su ejecución, hasta que inesperadamente reconoció entre ellos a su hijo. Se puso a un lado para llorar desconsoladamente, evitando que éste se despertara, e ideó un plan para salvarlo de la muerte por guillotina. Como ambos tenían el mismo nombre, Jean Simón de Loiserolle, decidió ocupar su lugar. El hijo, aún dormido, no se percató de que los guardias acudieron a su padre para trasladarlo al lugar de su ejecución. El condenado debía pasar por una pequeña oficina para confirmar la identidad. —¿Jean Simón de Loiserolle, 37 años?, preguntó el funcionario. —Así es, yo soy el que usted indica, pero tengo 73 años, no 37, dijo. —Aquí dice 37 años; el que hizo esta nómina se equivocó, entonces son 73, lo voy a corregir. Esa fue la manera como un condenado fue salvado de morir, gracias a su padre.
Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Colosenses 2: 13-15.
Al igual que Jean Simón hijo, el hombre y la mujer estaban encarcelados y condenados a muerte, en una prisión indecente de pecados y delitos. Pero compasivamente, Cristo Jesús se movía entre ellos, y cuando su nombre, el suyo estimado lector, fue pronunciado para ejecutar la condena por sus pecados, Jesús dijo: “Yo soy él”. Todo le era contrario, pues había un acta decretando la pena de muerte, pero Él ocupó su lugar en la cruz, de la cual no había escapatoria porque la paga del pecado es muerte, y bendito sea Dios por amarnos tanto.
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