sábado, 2 de noviembre de 2019

El viejo de la esquina

Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:12-13)
La misma esquina, el mismo anciano, la misma hora, la misma ropa. Siempre que miraba hacia ese lugar, veía todos esos detalles en medio de una ciudad tan modernizada. Al ver al anciano con esos mismos elementos allí, me trajo de nuevo a mi infancia y me concentré en ese hecho, y decidí ir a hablar con dicho anciano.
Resultado de imagen de El viejo de la esquinaMientras caminaba a esa esquina, no niego que me invadieron unos pocos nervios, ya que pasé durante muchos años por esa misma calle y nunca me había detenido a hablar con él. Ahora me dirigía a él. Me paré frente a él y me senté en la misma acera. Eso le llamó la atención y me preguntó: ¿qué se le ofrece?
Yo terminé de acomodarme en la acera y le dije: lo he visto aquí muchos años y al verle hoy, después de tantos años que han pasado, me hace recordar mi niñez mientras venía a tomar el autobús o cuando pasaba a pie por aquí. Y veo que siempre está usted, veo el mismo saco, o al menos es parecido al que antes cargaba y no sé, quise venir a saludarle y le traje esto, es atún, y este pan creo que le gustará; debe abrirlo por aquí.
El anciano observó minuciosamente la lata de atún y me dijo: siempre las he visto en las vitrinas del supermercado, pero nunca me he comido una de éstas, es algo que siempre deseaba comer. Las lágrimas comenzaron a caerme mientras él decía eso, y me di cuenta que nunca es tarde para visitar al enfermo o necesitado. Mientras hay vida, hay esperanza.
Sin decir palabra, de inmediato comenzó a poner el atún dentro del pan y comenzó a orar. Me dijo: discúlpeme, solo hablaré con mi Proveedor y Salvador, porque trajo pan a mi mesa y no tenía para comer ahora mismo. Yo asentí, y él inclinó su cabeza y oró la oración de alimentación más corta que he escuchado, pero me hizo llorar.
«Padre, gracias siempre por esto que me hace tan feliz y viene de ti, bendícelo en Jesús Amen» (Salmos 107:8-9).
Mientras comía me dijo: ¿sabía usted que las personas están siendo observadas? Yo no esperaba un tipo de comentario así y le dije: bueno, sí, la tecnología nos observa ahora.
Saboreando el atún, él me dijo: las personas ignoran muchas cosas, las personas sencillamente no creen. Yo le pregunté: ¿Ud. cree o tiene fe? Él me dijo: más de lo que se imagina. Reconozco que fui grosero al preguntarle: ¿y por qué siempre ha vivido en la miseria ?
Dejó de saborear el pan y mirándome a los ojos con una mirada tierna, respondió a mi ignorante pregunta. Yo le pedí a Dios vivir así y que me enseñara a vivir de esta forma, pues fui un joven con dinero y pasaba el tiempo en lupanares desde adolescente, porque mis padres me daban todo fácilmente. Eso me condujo a las drogas y el alcohol. Mis padres llegaron a avergonzarse de mí, y mi tiempo en aquel hospital psiquiátrico no fue nada fácil. Pero aprendí una cosa: la mente es algo que debemos cuidar.
Yo estoy en estas condiciones para dar testimonio a muchos que les fascina el dinero y están sedientos de más y más, y que al final se quedan con las manos vacías y pierden lo más importante su alma cuando mueren sin Jesús. Aquí en esta esquina han pasado tantos milagros que no tiene usted ni idea, pero los veo yo a diario y los demás no pueden verlos porque no creen. Así que,... ¿no sé si respondí a tu pregunta?
Yo un poco avergonzado, estaba recibiendo de ese hombre una gran lección. El que parecía no tener nada tenía más que yo, y supe que en la abundancia muchas veces hay ceguera, y en la escasez hay fe para vivir.
Ese día aprendí tanto, tanto que solo me puse a orar, y lloré porque ese indigente me testificó y esperó todos esos años para que yo llegara a ese lugar. Dos meses después aquel hombre falleció. Ahora que veo esa esquina,... ya no es la misma, pero tengo los mejores recuerdos de ese lugar al cual Dios me dirigió y me hizo valorar a aquel hombre de la esquina.
La misma esquina, el mismo anciano, la misma hora, la misma ropa... solo era para poderme testificar un día.

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