domingo, 27 de octubre de 2019

El que calma las tormentas

Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; soy yo, no temáis! Mateo 14;27.
Santiago me compartía, exaltado, sobre algunos problemas que tenía con su grupo de trabajo: división, actitudes acusadoras y malentendidos. Después de escuchar con paciencia durante una hora, sugerí: "Preguntémosle a Jesús qué querría que hiciéramos en esta situación". Quedamos en silencio durante cinco minutos. Entonces ocurrió algo asombroso: ambos sentimos que la paz de Dios nos cubría como un manto. Ya más relajados por su presencia y guía, volvimos a hablar tranquilos sobre aquellas dificultades.
Pedro, uno de los discípulos de Jesús, necesitó la presencia consoladora de Dios. Una noche, mientras navegaba con los otros discípulos por el Mar de Galilea, se desencadenó una tormenta. Repentinamente, ¡Jesús apareció caminando sobre el agua! Ante la sorpresa de ellos, Él los tranquilizó: «¡Tened ánimo; soy yo, no temáis!» (Mateo 14:27). Impulsándose, Pedro le preguntó a Jesús si podía unirse a Él. Puso un pie fuera de la barca y caminó hacia Jesús. Pero poco después, se distrajo y se concienció del peligro y la incapacidad humana ante esa circunstancia, y empezó a hundirse. Clamó: «¡Señor, sálvame!» (versos 30-31).
Como Pedro, nosotros también podemos aprender que Jesús, el Hijo de Dios, ¡está con nosotros aun en las tormentas de la vida!
Señor, gracias porque tienes poder
para calmar las tormentas de mi vida.
 

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