No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Lucas 6;37
El mensaje central del evangelio es el perdón y la redención redundante en la salvación del hombre. Es lo más maravilloso que existe, podemos saber que tenemos perdón y salvación y estar confiados en ello.
Como creyentes, el mensaje de evangelización que llevamos al que no conoce a Dios es: Dios perdona, no importa cuán perdido estés Él te perdona y te restaura. No tenemos ningún problema en ofrecer gracia y perdón a cualquiera, pero suele pasar que cuando nosotros mismos como creyentes somos los necesitados de perdón, parece que el perdón se vuelve condicionado y a veces inexistente.
Hay una gran verdad, ser llamados “hijos de Dios” es un gran privilegio y al mismo tiempo una gran responsabilidad, pues somos responsables de representar al Reino y eso es una tarea delicada e importante.
Y como hijos de Dios, estamos sujetos a estándares más altos que los demás. La gente espera de un creyente lo que no esperan de otros, especialmente si este creyente está en una posición de liderazgo o de poder. Recuerda, al que se le da más se le demanda más.
Ahora bien, nuestra responsabilidad es vigilar cómo caminamos por la vida. Efesios 4:22 nos dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos”.
No podemos escudarnos tras la excusa de “soy humano y todos fallamos”, ya que una cosa es “caer en pecado” y otra muy diferente es “persistir en el pecado”, (Romanos 6:1-2). Cuando persistimos en ello, nos convertimos en abusadores de la gracia y misericordia, y no existe un buen final para este modo de vida.
Sin embargo, cuando hemos caído en un error o un pecado y debemos hacer uso de la gracia y misericordia de Dios, aquella gracia tan grande y sublime que ofrecemos libremente a quien se nos atraviesa por el camino, esa gracia que perdona desde una “mentira blanca” hasta un asesinato, cuando nos llega el turno de hacer uso de esta misma gracia y misericordia... simplemente no tenemos la capacidad de aceptarla. La culpa que sentimos y la falta de perdón nos impiden acogernos al regazo del perdón de Dios. ¿Por qué? Porque nosotros mismos sentimos que se nos hace difícil otorgar perdón a otros.
El perdón es un músculo espiritual y para que este músculo esté bien, saludable y fuerte, hay que ejercitarlo. Cuando no estamos acostumbrados a otorgar perdón a otros, se nos hace muy difícil perdonarnos a nosotros mismos.
Tristemente, es muy común ver en el pueblo de Dios la falta de perdón cuando alguien tiene una falta o comete un pecado. Somos rápidos en señalar y en terminar de hundir a otro; de esta manera, cuando somos nosotros los que caemos en el error, sabiendo lo que vamos a recibir, porque sabemos lo que hemos sembrado, optamos por hacer una de estas tres cosas: encubrir, negar, o apartarnos.
Cualquiera de estas tres opciones está mal, pues la biblia nos enseña en Hebreos 4:16 “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
Es normal ver actitudes pedantes y prepotentes después de una falta o un pecado cometido. Normalmente se debe a un intento de alejar a otros para que no se den cuenta del juicio que el individuo va a descargar sobre sí mismo.
Vivir con la culpabilidad de haber ofendido a Dios o causado estragos en el cuerpo de Cristo, puede ser una carga muy pesada. Es común ver creyentes tratando de arreglar la situación, incurriendo en situaciones peores para él mismo o los que están a su alrededor.
Siempre hay personas que arrastran toda una vida las cadenas de la culpabilidad por algo que Dios ya les perdonó mucho tiempo atrás, cuando lo único que tienen que hacer es perdonarse a ellos mismos. Pero entendamos, perdonarte a ti mismo no significa borrar lo que pasó, como tampoco significa no acordarse nunca de aquello; tampoco se borrarán las consecuencias de tu error. Por el contrario, significa aprender de lo que pasó, y que cuando lo traigas a la memoria sea para edificar a otro con tu testimonio de perdón y restauración. La próxima vez que falles no pongas excusas (ante Dios o ante los hombres). Una conducta soberbia no ayudará a tu causa.
No optes por esconderte, pues el que encubre su pecado no prosperará (Proverbios 28:13). No te apartes, pues ya escuchaste que hay que entrar con confianza; a fin de cuentas Él ya lo sabe todo.
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