La aplicación general sobre la adoración al Señor en espíritu y en verdad, es que no debe limitarse a una única ubicación geográfica ni necesariamente debe ser regulada por las disposiciones transitorias de la ley del Antiguo Testamento. Con la venida de Cristo, la separación entre judíos y gentiles ya no era procedente, como tampoco lo era la centralidad del templo en la adoración. Con la venida de Cristo, todos los hijos de Dios adquirieron igual acceso a Dios a través de Él, y la adoración se convirtió en un asunto del corazón, no de las acciones exteriores, dirigida por la verdad y no por una ceremonia.
En Deuteronomio 6:5, Moisés establece para los Israelitas cómo amar a su Dios: "Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas". Nuestra adoración a Dios es dirigida por nuestro amor hacia Él; cuando amamos, adoramos. Puesto que la idea de "fuerza" en hebreo indica totalidad, Jesús amplió esta expresión a la "mente" y "con todo lo que eres" (Marcos 12:30; Lucas 10:27). Adorar a Dios en espíritu y en verdad implica amarlo con todo el corazón, el alma, mente y fuerza.
La verdadera adoración debe ser "en espíritu", es decir, que involucre a todo el corazón. Si no hay una verdadera pasión por Dios, no hay adoración en espíritu. Y al mismo tiempo, la adoración debe ser "en verdad", es decir, debidamente fundamentada. Si no tenemos conocimiento del Dios que adoramos, no hay adoración en verdad.
Ambas son necesarias para satisfacer y honrar a Dios en adoración. Espíritu sin verdad conduce a una experiencia emocional y demasiado superficial que tan pronto como se termine la emoción, cuando el fervor se enfría, se enfría también la adoración. Por otra parte, la verdad sin espíritu puede acabar en un encuentro seco y sin pasión que fácilmente puede conducir a una forma triste de legalismo. La mejor combinación de ambos aspectos de la adoración se traduce en un reconocimiento gozoso de Dios basado en las escrituras. Cuanto más sabemos acerca de Dios, más lo apreciamos. Entre más lo apreciamos, más profunda es nuestra adoración. Y entre más profunda sea nuestra adoración, mayormente será Dios glorificado.
Esta fusión de espíritu y verdad en la adoración es descrita por Jonathan Edwards, el pastor y teólogo americano del siglo XVIII. Él dijo, "Yo debo pensar que es mi deber elevar los afectos (emociones) de mis oyentes tan alto como me sea posible, con tal de que sean afectados únicamente por la verdad". Edwards reconoció que la verdad y solo la verdad puede influir adecuadamente en las emociones de una manera que traiga honra a Dios. La verdad de Dios, por ser de valor infinito, es digna de infinita pasión.
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