Hay quienes datan la escritura de los Evangelios en el siglo II d.C., lo cual es más de 100 años después de la muerte de Jesucristo. Aún si este fuera el caso (que rechazamos firmemente), en términos de evidencias antiguas, los escritos hechos menos de 200 años después de que los eventos ocurrieran, son considerados como evidencias muy fiables. Más aún, la gran mayoría de los estudiosos (cristianos y no cristianos) aceptarían que las Epístolas de Pablo (al menos algunas de ellas), fueron escritas por Pablo en la mitad del primer siglo d.C., o sea, menos de 40 años después de la muerte de Jesús. En términos de evidencias de manuscritos antiguos, esta es una prueba extraordinariamente seria de la existencia de un hombre llamado Jesús en Israel a principios del primer siglo d.C. También es importante reconocer que en el año 70 d.C., los romanos invadieron y destruyeron Jerusalén y la mayor parte de Israel, matando a sus habitantes. Ciudades enteras fueron literalmente quemadas hasta sus cimientos. Entonces, no debería causarnos sorpresa que muchas evidencias de la existencia de Jesús fueron destruidas. Muchos testigos oculares de Jesús debieron haber muerto. Estos hechos, obviamente, disminuyeron la cantidad de testimonios de testigos oculares sobrevivientes de Jesús.
Además, considerando el hecho de que el ministerio de Jesús fue reducido a un lugar culturalmente atrasado en un pequeño rincón del imperio romano, hay una sorprendente cantidad de información acerca de Jesús que puede ser extraída de fuentes históricas seculares. Algunas de las más importantes evidencias históricas de Jesús, son las siguientes:








