Depende de lo que se quiera decir por autodefensa. Si te refieres a cuando te atacan físicamente, la respuesta es no, no es algo que vaya en contra de la fe cristiana. Si te refieres a que te acusen de un crimen o que te denuncien en un tribunal legal, cuando la verdad está en juego, la respuesta también es no. Si hablas de que te desafíen o critiquen personalmente, se puede referir a una autodefensa cuando la gloria de Dios está en juego; ahora bien, en los demás casos, lo más sabio suele ser no dar respuesta alguna a nuestro oponente.
Jesús declaró en Mateo 5.39: “A cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”. Lo que se nos ilustra aquí es el hecho de que te alguien te da una bofetada en la cara, pero como insulto en público (2 Corintios 11.20).
La cara te escuece, tu orgullo está herido y tu ira estalla. Sin embargo, Cristo nos llamó a renunciar a la venganza personal y a tragarnos nuestro orgullo y a amar a nuestros enemigos.
Él no estaba describiendo un golpe de espada, sino una bofetada en el rostro, como afrenta. Por tanto, no prohibió la autodefensa cuando alguien nos amenaza con hacernos daño físico. La prohibición de Dios de matar implica que la vida humana, incluida la tuya, es preciosa y que debería protegerse de un daño perjudicial. Sin embargo, es bueno y correcto cuidar y proteger nuestro cuerpo, mientras ello no nos distraiga del camino del deber (Efesios 5:28-29).
Por otra parte, debemos dejar a un lado nuestra honra delante de los hombres, cuando nos critiquen y nos insulten. Casi siempre saltamos para defendernos con demasiada rapidez. Pero debemos aprender de la sabiduría de Jesús que, con frecuencia, no respondió a Sus acusadores (Isaías 53:7; Mateo 26:63; 27:12, 14). Debemos orar pidiendo dirección en estos casos. Si sentimos que hay que decir la verdad, debemos hacerlo en amor y no respondiendo a nuestro atacante con el mismo espíritu amargo con el que él se enfrenta a nosotros.
Por encima de todo, debemos preocuparnos por buscar la gracia de defender el nombre de Dios más que el nuestro propio. Para ello, necesitamos la influencia continua del Espíritu Santo en nuestra vida.
La próxima vez que alguien diga algo malo sobre ti o que te haga daño, intenta pensar cuántas veces las personas dijeron cosas malas sobre Jesús y cómo Él siguió amando a los pecadores. Ora al Señor para que puedas amar a tu hermano, hermana, o amigo cuando te hace daño. Dile: “Señor, dame un nuevo corazón y hazme como Jesús, para que pueda mostrar amor en lugar de odio, y ser amable con las personas aunque estas sean malas conmigo”.
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