lunes, 6 de mayo de 2019

La sangre de Jesús

Jeffrey Ebert escribe: “A la edad de cinco años, antes de que existieran los cinturones de seguridad y los airbags en los automóviles, mi familia y yo nos dirigíamos a casa, de noche, por una carretera de dos sentidos. Yo estaba sentado encima de mi madre cuando otro coche en dirección contraria, conducido por un borracho, se cruzó de carril y chocó de frente con nosotros. No recuerdo el accidente, pero sí el miedo y la confusión que sentí cuando vi que estaba cubierto de sangre de la cabeza a los pies, aunque luego me di cuenta de que la sangre no era toda mía, sino de mi madre. En ese instante, cuando los faros del otro vehículo le cegaron la vista, instintivamente se encorvó y me cubrió con su cuerpo. Fue su cuerpo el que chocó contra el salpicadero y su cabeza la que rompió el parabrisas. Ella recibió el impacto… para que yo no tuviera que hacerlo. Mi madre necesitó varias operaciones para recuperarse de sus heridas.”
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En la cruz, Jesús recibió el impacto de nuestro pecado, pero en el momento en el que depositamos nuestra confianza en Él, su sangre derramada nos reconcilia con Dios. Considera el dilema de Dios. La Biblia dice que Él es “muy limpio de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio…” (Habacuc 1:13). 
Para resolver el problema, Dios nos ve “en Cristo” y “a través de su sangre”. Un compositor escribió: “Cuando Dios me ve, no ve lo malo que he hecho, sino solo la sangre de su Hijo crucificado.” La Palabra de Dios dice: “La sangre hace expiación por vuestras almas…” (Levítico 17:11). ¿No es maravilloso que la sangre de Jesús haga de puente entre nosotros y Dios, y nos una a Él?

Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18-19)

La historia de la redención tiene su comienzo en el Edén; Dios derramó la sangre de un cordero como sacrificio que cubriera el pecado de Adán y Eva,... y acaba en el cielo con un coro de personas de todas las razas diciendo: “Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9). La sangre de Jesús simboliza dos cosas:
1) El precio de tu pecado.
Abrumando los hombros de Cristo estaba el peso de cada una de tus malas acciones, desde la cuna hasta la tumba. La próxima vez que estés tentado a violar la Palabra de Dios y hacer tu propia voluntad, ¡recuérdalo!
2) La cura para tu pecado.
Tu salvación no fue un trabajo individual ni de equipo. Tú no pudiste contribuir ni con un céntimo, porque estabas en bancarrota espiritual; fuisteis rescatados (comprados como esclavos y hechos libres) con la sangre preciosa de Cristo (1 Pedro 1:18-19).
Predicar acerca de la sangre de Cristo puede ofender a aquellos que quieran ocultar algún pecado, que tengan un ego moralizador que proteger o que profesen un evangelio que ofrece salvación mediante las buenas obras y la justicia social. La sangre de Jesús no solo salva a todo aquel que se arrepiente, sino que también condena al rebelde; “sin derramamiento de sangre no hay remisión” (Hebreos 9:22).
Las plagas y el granizo apocalíptico no consiguieron liberar al pueblo de Dios de la mano dura del Faraón. ¿Qué fue lo que les libró? ¡La sangre, solo la sangre! Y no ha perdido nunca su poder. Ésta puede:
a) sanar tus recuerdos dolorosos,
b) limpiarte y liberarte del pecado oculto;
c) poner una nube de protección sobre ti:
d) pararle los pies al enemigo y poner una barrera que no pueda sobrepasar.
¡Da gracias a Dios por la Sangre de Jesús!

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