Imagine por un momento que Jesús hubiera enseñado principios de la misma manera que nosotros lo hacemos. Primeramente, hubiera anunciado con bastante antelación la fecha de un "seminario sobre servicio", para que los discípulos fueran reservando la fecha e, incluso, invitando a otros interesados. En privado, Cristo dedicaría largas horas a estudiar los textos bíblicos acerca del tema del servicio, armando cuidadosamente sus argumentos a favor de los diferentes aspectos de este tema.
En la fecha establecida, los habría reunido y habría compartido con ellos los resultados de sus estudios, presentando amplias evidencias acerca de la importancia del servicio. No hubiera terminado su lección sin una seria exhortación a que los discípulos buscaran practicar lo que habían escuchado en «clase». El entendimiento de cada discípulo no se escapó de lo que el Señor había querido enseñar. Mas usted ya sabe la enorme distancia que separa nuestros esfuerzos por capacitar a los santos de la manera que Cristo utilizó para enseñar y formar a sus discípulos. Tome nota de su estrategia. No anunció nada. No preparó a los discípulos con un discurso. No les dio ninguna explicación acerca de lo que iba a hacer. En el momento menos esperado, cuando estaban todos relajados y disfrutando de la cena, se levantó y comenzó los preparativos para lavarles los pies.
¿Se imagina las miradas que hubo entre los discípulos? ¿Qué se proponía hacer ahora este Maestro tan poco tradicional? Habiendo terminado los preparativos, comenzó a lavarles los pies. Aún sus labios no ofrecían ninguna explicación. Los discípulos lo observaban, seguramente con una mezcla de vergüenza y curiosidad. Cuando a Pedro, el «vocero» del grupo, le llegó el turno, se atrevió a cuestionar las acciones de Jesús. Precisamente en este momento el Maestro ofrece una explicación, pero es simple y no aclara absolutamente nada.
Cuando volvió a la mesa, Jesús se preparó para darles la conclusión de la lección que habían visto. Salvo por el diálogo con Pedro, no había pronunciado ninguna palabra. Sin embargo, les acababa de enseñar una de las lecciones más dramáticas que habían aprendido en los tres años compartidos con Él.
No hace falta decir mucho más sobre el tema. Como líder, sus lecciones más dramáticas y efectivas pudieron ser dadas sin el uso de palabras. Nosotros, sin embargo, tenemos una dependencia enfermiza en el uso de palabras como medio de enseñanza; nuestras reuniones abundan de ellas. Los miembros de nuestras congregaciones están expuestos a una interminable sucesión de clases y predicaciones.Cuando volvió a la mesa, Jesús se preparó para darles la conclusión de la lección que habían visto. Salvo por el diálogo con Pedro, no había pronunciado ninguna palabra. Sin embargo, les acababa de enseñar una de las lecciones más dramáticas que habían aprendido en los tres años compartidos con Él.
¿Cuánto de todo esto permanece? Probablemente muy poco. Cristo agregó palabras a su ejemplo. El entendimiento de cada discípulo no se escapó de lo que el Señor había querido enseñar, pero sus palabras fueron la conclusión perfecta de una lección que ya había sido grabada a fuego en sus corazones. Simplemente les ayudó a procesar lo que habían visto.
Howard Hendricks comparte esta observación con los que son maestros: ¿La educación?, ¿la verdadera educación? Consiste simplemente en una serie de situaciones apropiadas para impartir enseñanza.
Howard Hendricks comparte esta observación con los que son maestros: ¿La educación?, ¿la verdadera educación? Consiste simplemente en una serie de situaciones apropiadas para impartir enseñanza.
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