lunes, 15 de abril de 2019

La práctica del amor

179 JUAN
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor. Pero el más importante de todos es el amor. 1  Corintios 13.13
La esencia de todo el trabajo espiritual es que trascienda la mente. Mientras nos mantengamos en el mundo de nuestros pensamientos, ideas, creencias, conceptos y demás, seguiremos alejados de lo verdaderamente espiritual.
Suele resultar sumamente difícil ir más allá de la mente, especialmente cuando lo intentamos a través de razonamientos y reflexiones. Mas de un orden diferente es la práctica del amor. Mientras que la mente nos hace percibir a los demás de una manera particular, el amor nos lleva a descubrirlos. La mente nos ofrece pensamientos, imágenes y conceptos de los demás, pero el amor confronta y cuestiona estas ideas y nos hace verlos. La mente nos presenta a los demás como seres fuera de nosotros, a una cierta distancia, mientras que el amor reverbera íntimamente con su esencia. Con la mente experimentamos separación, juicios y valoraciones; con el amor hay resonancia, comunión y conexión.
El mundo que la mente nos presenta solo es cierto para ella, para la mente, mas no es la verdad. Por su parte, lo que el amor percibe está en sintonía con la sabiduría, la cual aprecia y aprovecha la realidad. Vivimos atrapados en nuestras ideas y conceptos, y sin ninguna elección vemos el mundo que la mente nos impone, mientras que el amor nos ofrece la libertad de salir de la jaula mental en la que estamos encerrados. Practicar el amor es un vehículo extraordinario para atravesar los velos del mundo ilusorio de los conceptos, creencias, opiniones y pensamientos.
Es la mente lo que nos impide crecer y evolucionar; el amor nos da la posibilidad de ver nuestro potencial y liberarnos. Practicamos el amor por la simple razón de que tenemos la capacidad de desarrollarlo, pero al ejercitarlo descubrimos que nuestras ideas y prejuicios nos limitan y nos impiden desarrollar la vida que somos. 
¿Cómo solemos ver a los demás? Generalmente nos formamos ideas de ellos en función de nuestras proyecciones, juicios y creencias. El amor va más allá de las imágenes mentales y conecta con el otro. Esto es lo que nos permite crecer y evolucionar. La mente se fija en algunos aspectos de los demás y crea imágenes sesgadas que ignoran partes importantes. Nos ciega a la realidad del otro. El amor nos conecta con la naturaleza vibratoria esencial y nos expande.
Desde la mente, los demás solo son reflejos de nuestro ego, extensiones de nuestros miedos, inseguridades, represiones y culpas. Desde el amor, los demás son versiones diferentes de la naturaleza abierta y luminosa que somos, facetas distintas de un mismo diamante.
Al final somos nosotros mismos quienes tenemos que pagar las consecuencias de escuchar a la mente. Creer nuestras ideas e interpretaciones de los demás, nos ata a lo que pensamos de nosotros mismos. Las opiniones de los demás refuerzan nuestra imagen personal, con lo que afianzamos nuestras limitaciones, inseguridades y obstáculos. No importa si la imagen de nosotros mismos es positiva o negativa, pues toda imagen es condicionada y falsa. El amor, por el contrario, nos conecta con nuestra capacidad innata de transformación, evolución y conciencia, hace viables todas las posibilidades de la existencia. Nos eleva y abre puertas.
La mente no tolera abrirse a los demás, necesita referencias y certezas; el amor nos abre a conocer nuestra naturaleza ilimitada y abierta. La mente nos hace creer que necesitamos controlar, alcanzar seguridad, tener orden y demás. El amor nos descubre nuestra naturaleza insondable. La mente se bloquea irremediablemente ante lo inconcebible y eterno, mientras que el amor nos diluye y armoniza con la lucidez intangible y atemporal que nos hace ser.
Los demás son mucho más que la imagen mental que tenemos de ellos, y esto lo sabe el amor. La mente no puede. La mente es limitada y ciega, solo puede saber lo que ella misma construye. El valor de la mente reside en su extraordinaria capacidad de crear mundos y realidades, pero lo que le pierde es olvidar que es ella quien los ha creado y confundir sus creaciones con la verdad. El amor no crea, el amor conecta, resuena, vibra y reconoce la naturaleza abierta y luminosa de todos los seres. Pensar es crear; amar es ser. Pensar es estar en tránsito, de paso, a la espera de la siguiente interpretación y opinión, es provisional y volátil, pero amar es atemporal, inamovible y eterno. Las personas somos movimientos, procesos, vibraciones. 
El pensamiento atiende y se limita a una franja temporal del proceso del otro, mas el amor se mantiene más allá de todas las transformaciones y cambios de los demás, se sintoniza con la esencia del cambio y fluye tal como es, sin distracciones por lo modificado. El pensamiento se fija en una parte concreta de lo que cambia, mas el amor se fija en lo inmutable dentro de la realidad perecedera y efímera. 
La mente nos dice que hay personas buenas y malas, que hay inteligentes y estúpidos, espirituales y materialistas, etc., nos presenta decenas de dualidades y divisiones. El amor ve a los demás como diferentes versiones de lo esencial, diferentes matices de un mismo arcoíris, diferentes interpretaciones de una misma obra musical. 
Desde la perspectiva de nuestras ideas, hay personas por las que sentimos afecto y cariño, o personas que nos resultan insoportables y rechazamos, personas que ignoramos y relegamos. Todo es lógico y coherente; sin embargo, desde el amor todas las personas son portadoras de lucidez y conciencia, todas son manifestaciones de una naturaleza insondable.
La mente crea una imagen de los demás y luego pagamos las consecuencias. Si vemos al otro como insoportable y odioso, sentimos aversión y malestar, y si nos hace ver al otro atractivo, surge el apego hacia él. El amor solo es un resonar, un liberarnos del ego, una puerta a descargarnos de cadenas y condicionamientos. El amor no ve imágenes construidas, se centra en la luz esencial, así es como nos sana y nos llenamos. La mente es la experiencia de seguir incompleto, el amor es la verdad de la plenitud.
PRÁCTICA
Toma conciencia de ti mismo. Reconoce tu deseo de ser feliz. Reconoce cómo constantemente todos tus comportamientos y acciones tienen como fin sentirte bien, feliz y contento.
Ahora, hazte consciente de tu derecho a ser feliz. Más allá de cualquier opinión, norma o creencia, reconoce en lo más íntimo de tu ser que tienes derecho a ser feliz, y esto es independiente de cómo haya sido tu vida, de tus acciones, errores y defectos.
Ahora expande tu atención para ver que cada ser que te encuentras es igual que tú. Cada ser desea ser feliz y tiene derecho a serlo. Echa un vistazo panorámico a amigos, enemigos y extraños hasta que llegues a tener la certeza de que todos tienen el derecho innato de ser felices. Aquí necesitarás toda tu lucidez para evitar juzgar y condenar a personas crueles, dañinas y malignas. Tendrás que poner en tela de juicio algunas creencias como el castigo eterno para algunos o la maldad innata en las personas. Tendrás que apartar tus ideas sobre lo que es justo y lo que no. Tal vez necesites indagar más profundamente por qué tienes el derecho innato a ser feliz.
Piensa que cuando alguien es verdaderamente feliz abandona espontáneamente toda intención de hacer daño. En particular, aplica esta idea a las personas difíciles: “si fuera feliz dejaría de dañar, que sea feliz, ojalá lo sea”.
Deja que el amor se manifieste. Deja que surja el pensamiento: “que todos los seres sean felices”. Permite que el pensamiento se instale dentro de ti. Dale tiempo, conforme respiras. Deja que sirva para evocar el amor que nace en tu ser, antes que tu egocentrismo. No fuerces nada, deja que ocurra suavemente; más allá del pensamiento brota este manantial de amor que llena tu cuerpo y se derrama fuera de ti mismo hacia el mundo. Descansa en la experiencia.
Dale tiempo a que se despliegue. Evita fijarte en las ideas que tienes sobre los demás, mira más allá. Las imágenes de ti mismo y de los demás solo son ideas atrasadas e inertes. Trasciende lo que piensas y conecta con algo más real. Conecta contigo y con las personas, con lo esencial.
No tengas prisa, deja que vaya surgiendo el amor.
Y dirige esta energía amorosa a todas las personas con las que te relacionas. A tus seres queridos, incluso a aquellos con quienes tienes algún conflicto. Imagina que el amor te envuelve a ti y a los demás. Deja que el amor desvele la comprensión de la esencia inconcebible, intangible y atemporal de todos ellos.
Respiración a respiración, el amor va impregnando tu ser. Despacio, lentamente.
Siente que se hace universal. Déjate desintegrar en esta apertura intangible. Siente amor a todos los seres. Mantén la vivencia el tiempo que puedas.

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