martes, 15 de enero de 2019

¿Cuál es la diferencia entre resurrección y reencarnación?

Algunas personas creen en la doctrina de la reencarnación. Incluso algunos cristianos llegan a compartir esta creencia, confundiéndola con la doctrina de la resurrección. Pero si comparamos esas dos doctrinas, entenderemos que, aunque se parecen, ambas se excluyen.
La resurrección significa resurgir, volver a la vida. De este modo, Jesús resucitó porque murió y, al tercer día, volvió a vivir en el mismo cuerpo (su cuerpo había desaparecido del sepulcro: Mateo 28,5-7; Marcos 16,6; Lucas 24,3-4 y Juan 20,1-9); aunque ese cuerpo se haya vuelto glorioso, pudiendo ser tocado (Juan 20,17.27), y también atravesar puertas y paredes sin la necesidad de que se abrieran o se derrumbaran (Juan 20,19). El cuerpo de Jesús resucitado es un cuerpo semejante al que recibiremos al final de los tiempos.
Reencarnación significa volverse a encarnar, materializarse nuevamente. Es una doctrina espiritista que no posee ninguna base bíblica, ni encuentra amparo en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia; por lo tanto, no puede ser aceptada por ningún cristiano.
La doctrina de la reencarnación afirma que el espíritu del fallecido asumirá un nuevo cuerpo con fines de purificación, es decir, las sucesivas reencarnaciones de un espíritu lo hacen alcanzar la perfección al final de este largo proceso, purificándose de esta manera de las culpas y pecados cometidos en las reencarnaciones anteriores.
Algunos pensadores que creen en la reencarnación llegan a afirmar otras dos aberraciones: que el espíritu humano puede reencarnarse en el cuerpo de algún animal o vegetal, y que cuando un espíritu alcanza la perfección puede transformarse en dios.
La reencarnación es un absurdo para el cristiano por varios motivos:
En Hebreos 9,27 leemos que “ del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio”. Esto significa que después de nuestra muerte recibiremos el veredicto final de Dios: o estamos salvados o seremos condenados; y si somos condenados, no habrá otra oportunidad (reencarnación) para llegar a la perfección.
En Lucas 23,43 leemos que Jesús afirmó al buen ladrón que fue crucificado con Él: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Según la doctrina del Espiritismo, a pesar de ser un buen ladrón, no estaría totalmente purificado – pues había robado –, y necesitaría encarnarse nuevamente. Sin embargo, Jesús le da la sentencia final: está salvado.
Los escritores del Nuevo Testamento afirman que Jesús murió por nuestros pecados, venció a la muerte y, así, nos garantizó la vida eterna. Por lo tanto, si existiera la reencarnación, ¿para qué necesitaríamos un redentor? Nosotros mismos, por nuestros propios méritos, alcanzaríamos la perfección y la salvación como Jesús. Luego la reencarnación mina la base del Cristianismo que es aceptar a Jesús como verdadero Dios y hombre.
La Biblia también afirma que los justos heredarán el Reino de Dios, pero los impíos serán arrojados al Infierno, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Si la reencarnación fuera posible, como afirman los espiritistas, no tendría por qué haber Infierno porque los impíos y hasta incluso los demonios podrían purificarse de sus malas obras y encontrarían la salvación.
Además de esto, queda otra pregunta: ¿Cómo puede purificarse el hombre de las faltas y pecados cometidos en las encarnaciones anteriores, si no posee el más mínimo recuerdo de lo que hizo?
Si esa purificación fuera factible, bastaría desencarnarse lo más rápidamente posible para que no hubiera tiempo de cometer nuevas faltas: así alcanzaría la perfección.
Resumiendo, la reencarnación y la resurrección son doctrinas diferentes. Quien quiere ser cristiano tiene que creer en Jesucristo como Dios y hombre y seguir su Palabra. Y Jesús nunca habló de reencarnación, solo de resurrección. Confiemos, con sabiduría, en nuestra (única) resurrección final.

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