martes, 15 de enero de 2019

La venganza y el reino

Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Romanos 12;18-19


Pocas cosas calan tan profundo en nuestros corazones como los males que nos vienen de mano de otros. Es más fácil aceptar las dificultades económicas, la falta de trabajo o la enfermedad.  Cuando otras personas nos traicionan, sin embargo, nos sentimos dolidos en lo más íntimo de nuestro ser. Superar el mal momento es todo un desafío.

En los versículos arriba citados, Pablo nos da una orientación respecto a este tema.  Primeramente nos recuerda que la paz debe ser una de las características de los que andan en Cristo, porque seguimos a un Dios de paz. De todas formas, la frase «en cuanto dependa de vosotros» nos advierte que el estar en paz con los demás es algo que requiere la colaboración de dos personas. Es decir, no implica solamente la ausencia de agresión de mi parte, sino también el mismo compromiso de parte de la otra persona. Por esta razón no siempre la paz es absoluta, pues nuestros deseos de estar en paz con los demás pueden no ser correspondidos por la otra parte.
Nuestro llamado, no obstante, es el de agotar todos los caminos posibles para cultivar y mantener una relación de paz con aquellos que son parte de nuestra vida. La venganza no es más que la manifestación de un espíritu amargado que reside dentro de nosotros. El medio donde más cuesta llevar esta exhortación es en aquellas relaciones en las que nos hemos sentido agredidos, despreciados o tratados injustamente por otros. Allí nuestros deseos de paz se oscurecen y sentimos en nuestro interior, una indignación intensa que demanda que el mal sea corregido, sin importar lo que se tenga que hacer para lograrlo.
Es en estas instancias cuando comenzamos a luchar con los deseos de venganza. Muchas veces creemos que la venganza pasa por una agresión física hacia la otra persona. Sin embargo, la venganza se disfraza de muchas maneras. Basta con saber que la venganza busca que la otra persona pase un mal momento, similar o peor al que hemos vivido nosotros. Esto puede incluir cosas tan sutiles como humillarla públicamente o simplemente desear que le vaya mal en la vida. La venganza es, en última instancia, un sentimiento que se aloja en nuestros corazones. El acto puntual de la venganza no es más que una manifestación de ese espíritu amargado que reside dentro de nosotros.
Pero Pablo nos llama a entregar esto en las manos de Dios. Lo cual es sabio, no solamente porque Dios es el que defiende la causa de sus hijos, sino también porque Dios es el que juzga correctamente todos los elementos de una situación y discierne el camino correcto a seguir. Cuando dejamos la situación en sus manos, estamos afirmando que Él sabe bien qué es lo que necesitamos y no hará otra cosa que lo mejor para nosotros.
«Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba su causa al que juzga justamente.» (1 Pedro 2.21, 22, 23)

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