Para entender por qué no es posible que “devolvamos” nuestra salvación, debemos comprender primero tres cosas: cuál es la naturaleza de Dios, la naturaleza del hombre, y la naturaleza de la salvación misma. Dios es, por naturaleza, el Salvador. Solamente en los Salmos, se menciona a Dios 13 veces como el Salvador del hombre. Solo Dios es nuestro Salvador; nadie más puede salvarnos, y nosotros no podemos salvarnos a nosotros mismos. “Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.” (Isaías 43:11). En ninguna parte de la Escritura Dios es descrito como un Salvador que dependa de aquellos que salva para que sea efectiva la salvación. Juan 1:13 pone en claro que aquellos que pertenecen a Dios no son nacidos de nuevo por su propia voluntad, sino por la voluntad de Dios. Dios salva por Su voluntad y Su poder para salvar. Su voluntad nunca es frustrada, y Su poder es ilimitado (Daniel 4:35).
Su plan, el plan de Dios para la salvación fue llevado a cabo por Jesucristo, Dios encarnado, quien vino al mundo para “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Jesús dejó en claro que nosotros no lo elegimos a Él, sino que Él nos eligió a nosotros para que “llevemos fruto” (Juan 15:16). La salvación es un regalo de Dios a través de la fe en Cristo, dada a aquellos que le pertenecían desde antes de la fundación del mundo, predestinados para recibirla, y quienes han sido sellados por el Espíritu Santo de esa salvación (Efesios 1:11-14). Esto excluye la idea de que el hombre pueda, por su propia voluntad, frustrar el plan de Dios para salvarlo. Dios no predestinaría a nadie para recibir la salvación, solo para ver Su plan frustrado por alguien que devuelve el regalo. La omnisciencia de Dios y el conocimiento de Él, hacen imposible tal situación.
Por otra parte, el hombre es un ser depravado por naturaleza, que no busca a Dios de ninguna manera. Mientras que su corazón no sea cambiado por el Espíritu de Dios, no buscará a Dios, ni tampoco puede. La Palabra de Dios resulta incomprensible para él. El hombre no regenerado es impío, inútil, y engañoso. Su boca está llena de amargura y maldición, su corazón está inclinado a derramar sangre, no tiene paz, y “No hay temor de Dios delante de sus ojos.” (Romanos 3:10-18). Tal persona es incapaz de salvarse a sí misma, ni siquiera ve su necesidad de salvación. Solo después que ha sido hecha una nueva criatura en Cristo, su corazón y mente son cambiadas hacia Dios. Solo entonces ve la verdad y entiende las cosas espirituales (1 Corintios 2:14; 2 Corintios 5:17).
Por último, un cristiano es alguien que ha sido redimido del pecado y colocado en el camino al cielo. Él es una nueva criatura, y su corazón se ha vuelto hacia Dios. Su antigua naturaleza se ha ido, ha muerto. Su nueva naturaleza ya no deseará devolver su salvación y regresar a su antiguo ser, así como el receptor de un corazón trasplantado tampoco quisiera devolver su nuevo corazón y cambiarlo por su antiguo corazón enfermo. El concepto de un cristiano que devuelve su salvación es anti-bíblico e impensable.
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