“Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío.”
Isaías 43:1 (Nueva Versión Internacional)
En esta profecía el SEÑOR llama de vuelta a Israel. Después de haber estado en el exilio, Su Creador y Redentor pronunció su verdadero nombre, Israel. No lo llamó pueblo cautivo, vergüenza o remanente, sino por su verdadero nombre. Dios no miró el pecado que había cometido este pueblo sino a Israel, su preciada posesión.
De igual manera, cuando Dios llama a uno de sus hijos para que vuelva a Su lado, le llama por su verdadero nombre. A aquel que el mundo llamaba pandillero, Dios le llama misionero. El que era conocido por ladrón Dios le llama justo. La mujer que antes vendía su cuerpo, es llamada por Dios niña de mis ojos.
Cuando Jacob peleó con el ángel, el mundo veía a un engañador como el significado de ese nombre, pero Dios vio a Israel el patriarca. Cuando Jesús llamó a Saulo de Tarso, la gente veía al perseguidor de Cristianos. Pero Jesús vio a Pablo, el mayor escritor del nuevo testamento. De igual manera, Simón era a los ojos de los hombres alguien que echaba redes, pero Jesús vio en él a Pedro el pescador de hombres.
Dios te ha llamado por tu verdadero nombre. Sin importar lo que hayas cometido en el pasado o quien hayas sido, Dios te ha llamado por tu verdadero nombre: hijo, amado, honorable, justo, puro, glorioso y santo.
Toma tu verdadera identidad, acepta tu nombre.
Jesús, quien te redimió, no recuerda más tu vergüenza, penoso pasado o pecado. Él ve solo tu nuevo nombre. Hazlo tuyo. Jamás te refieras a ti mismo con un nombre que te menosprecie, pues tu nuevo y verdadero nombre le costó su sangre a Jesús. Acepta totalmente quién eres.
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