sábado, 6 de octubre de 2018

Camino al cielo y senderos en el suelo

El cielo y el suelo. ¿Antagónicos? ¿Sin relación alguna? ¿Solo miras al cielo o solo miras al suelo? ¿Dónde está la auténtica espiritualidad cristiana? Nadie encontrará el camino al cielo si no sabe transitar justa y misericordiosamente por los senderos del suelo. No separemos lo que Jesús ha unido. El cielo y el suelo se unen con la irrupción de Jesús en el mundo. 
Dios, a quien creemos contemplar en el cielo, ¿se puede contemplar también en el suelo, en el prójimo?  ¡Qué grandioso que, en cuanto a la práctica del amor, se compare el amor a Dios y al prójimo; si damos la espalda a los senderos del suelo, por donde camina nuestro prójimo apaleado, no seremos capaces de encontrar nunca el camino al cielo. La iglesia y sus pastores deberían ser muy conscientes de esto. Si enseñamos el camino al cielo, anclados, a veces, en teologías invariables que no nos motivan a ser como manos tendidas de ayuda o ser los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor, el camino al cielo se nubla, se desdibuja. Nos están indicando mal la dirección. 
Quizá haya senderos del suelo que están señalando el camino al cielo. Pastores y responsables de iglesias: Tengan cuidado con no envolver a los creyentes en una dogmática inmóvil que no nos redirige al prójimo que anda por esos senderos de sufrimiento del suelo, como señales indicadoras del camino al cielo. El cielo y el suelo deben estar en conexión en nuestra percepción y vivencia de la espiritualidad cristiana. Considerad los senderos del suelo. Si no somos capaces de posicionarnos ante el mundo, como seguidores de Jesús ante la realidad social injusta y problematizada, nuestro camino al cielo se hará imperceptible y no lo encontraremos. Será un camino de humo que acabará deshaciéndose y desapareciendo. Caminos de neblina falsa que nos mostrarán solo sucedáneos falsos que nos consuelen en nuestra situación pero de espaldas al prójimo. El camino al cielo pasa, necesariamente, por no dar la espalda a los senderos del suelo, por la asunción de nuestra responsabilidad ante el prójimo mientras transitamos por la tierra. 

El cielo y el suelo se unen en la espiritualidad cristiana, y esta unión nos abre los ojos para encontrar el camino hacia el trono de Dios. Lo que pasa es que, en ese transitar por los senderos del suelo, nos vemos obligados a posicionarnos ante el mundo, a tomar partido y postura frente a tanta exclusión, sufrimiento, pobreza y opresión siguiendo los pasos de Jesús. 
Camino al cielo y senderos en el suelo. La iglesia tiene una gran responsabilidad en la enseñanza del evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios a los creyentes, una responsabilidad ante el hecho de enseñar e instruir a sus miembros en el amor al prójimo, en la búsqueda de la justicia y la solidaridad cristiana para con los que sufren. Eso es transitar eficazmente por los senderos del suelo que apuntan, también, hacia el camino al cielo. Creer ya es comprometerse. Creemos y nos comprometemos mientras que caminamos por los senderos del suelo, del mundo. 

La vivencia del cristianismo no es solo una realidad cómoda que nos hace sentarnos y quedar sordos ante el grito de los que sufren, de los pobres y apaleados de la tierra. Eso sería mirar al cielo olvidando al prójimo y desoyendo los gritos que se lanzan desde los senderos del suelo. Esto se nos dice en la Biblia sobre los senderos del suelo: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida”, Mateo 7;14, nos dijo Jesús indicando que tenemos que pasar por todas las fases del seguimiento aunque, finalmente, su cruz no se nos haga pesada, sino algo ligero que nos hace caminar por los senderos de la vida, en nuestro aquí y nuestro ahora, experimentando la alegría del servicio. El camino al cielo no se consigue con saber mucho sobre doctrina, sino que hemos de conjugarlo con esos senderos difíciles del suelo, en donde hemos de poner en práctica la solidaridad cristiana manchándonos las manos como buenos samaritanos. 

El error de muchos creyentes es pensar que ya lo han conseguido todo como si estuvieran ya al final del camino al cielo, pero esa seguridad, en muchos casos falsa, debe estar indicando que cuando creemos, sin ser solidarios, que ya hemos llegado, es que hemos perdido el camino. 
La sana doctrina nunca nos debe paralizar, sino lanzarnos a los senderos del suelo con manos tendidas de ayuda. La fe viva debe actuar, por amor, lanzándonos a recorrer los caminos de la vida allí donde se encuentran los que han quedado tirados al lado del camino. Cuando es así, en nuestra mente está clara la dirección del camino al cielo que se nos abre delante de nosotros sin que tengamos que hacer esfuerzos suplementarios. Solo creer, y que esta fe sea activa y trabaje a través del amor, como diría el apóstol Pablo. 

Cuando la iglesia nos convierte en cristianos cómodos y estáticos, preñados de doctrinas que no nos ayudan a posicionarnos ante las crueles realidades e injusticias del mundo, mirando solo a las nubes celestiales, es que algo está fallando en nuestra conversión, en nuestra vivencia de la fe. Hagamos, desde el compromiso con la Palabra de Dios, una reflexión que nos ayude a cambiar el mundo, y llevar a los senderos del suelo los valores del Reino de Dios.

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