Dios en Su palabra habla de diferentes tipos de semillas que para que den fruto necesitan obligatoriamente un terreno, un terreno para su crecimiento. La Biblia habla de:
- La semilla de la palabra de Dios.
- La semilla de la fe.
- La semilla de nuestro dinero, entre otras.
Debemos entender que todas estas semillas, obran de acuerdo a la ley de “La Siembra y la Cosecha”. Veamos dos cosas que nos enseña la ley de la siembra y la cosecha.
Lo que se siembra es lo que se cosecha. (Por ejemplo, si siembras una semilla de mango, cosecharás mango. Nunca, mientras siembres mango, cosecharás otra cosa, es imposible).
Y cualquier siembra tiene su tiempo de cosecha.
El pecado como semilla.
¿Es el pecado una semilla? Claro que sí, según Gálatas 6:7-8, por lo que la semilla del pecado obligatoriamente obra de acuerdo a la ley divina de la siembra y la cosecha. Es decir, siembras pecado y cosecharás hábitos, costumbres y prácticas pecaminosas, todo a su debido tiempo.
¿Y cómo ocurre?
El Apóstol Pablo nos enseña que el pecado es una semilla sembrada en nuestra carne con el fin de dar un fruto pecaminoso. Veamos el siguiente ejemplo de cómo se puede cosechar un fruto pecaminoso:
Resulta que un día Mario decide mancillar a su novia Sheila. En el mismo instante que él se propuso cometer tal pecado, la semilla pecaminosa fue sembrada en su carne. Mario, impulsado por la semilla pecaminosa que ha sido sembrada en su carne, trata de irrespetar a su novia, pero rápidamente siente un remordimiento de conciencia de parte del Espíritu Santo, y dicho remordimiento lo lleva a pedir perdón por ese pecado.
Pero días mas tarde vuelve a sentir el mismo impulso de pecado, y una vez más cae en lo mismo pero con un poco más de intensidad, casi al borde de caer; el Espíritu Santo actúa y libra a Mario y a Sheila de tal error, vuelve a pedir perdón por el mismo pecado y comienza de nuevo. Una semana más tarde, Mario y Sheila, se encontraban solos en su casa, y de inmediato el mismo impulso pecaminoso volvió al corazón de Mario, mas esta vez el ambiente se puso más difícil; aquel impulso sexual que semanas antes había sido sembrado en el corazón de ellos, llegaría a su clímax más intenso; el Espíritu Santo, trató de actuar, como las otras veces, pero era demasiado tarde, la semilla que fue un día sembrada, produciría el fruto.
Analicemos este caso:
- Todo comenzó con un pensamiento.
- Luego, dicho pensamiento fue sembrado en el corazón carnal.
- Pide perdón, pero no decide arrancar de su vida el pecado.
Tenemos que entender que pedir perdón es importante, pero la pregunta es ¿Por qué siempre pedimos perdón por el mismo pecado?
La respuesta es que dicho pecado está sedimentado en la carne, y hasta que no lo arranquemos de raíz y empecemos a trabajar para que nunca se repita, no alcanzaremos la victoria y la libertad que tanto deseamos.
¿Qué tenemos que hacer?
La Carta a los Hebreos 12:1, dice: “Despojémonos del peso y del pecado que nos asedia (acorrala, encierra, bloquea) y corramos la carrera que tenemos por delante”.
¿Qué nos quiere decir esto?
- Todos tenemos un pecado que no nos deja correr con libertad hacia la santidad.
- Ese pecado que nos asedia, lo podemos llamar “EL PECADO FRECUENTE”.
Todos cometemos errores y fallamos, pero siempre va haber un pecado que se repite una y otra vez, ese pecado que siempre se lo llevamos al Señor, todos los días, y le prometemos a Dios que lo vamos a dejar, pero al final volvemos a caer en lo mismo.
Ese pecado frecuente, la Biblia lo llama: “ATADURA”.
La atadura es algo que nos mantiene atados a cometer siempre el mismo error. Ese pecado frecuente o atadura puede ser: pornografía, masturbación, groserías, ira, envidia, vicios, etc.
Santidad vs. Pecado.
Debemos vivir hoy más que nunca en una santidad extrema, no “santurronería”, sino santidad genuina. Vivir en santidad no significa dejar de hacer cosas prohibidas, vivir en santidad es el resultado de estar cerca del Señor, porque al estar cerca del Señor todas las cosas del mundo son una porquería; no hay nada mejor que vivir en santidad.
En vez de sembrar la semilla del pecado en nuestra vida, sembremos semilla de vida, como la oración, la comunión, la palabra, la alabanza, la adoración, y veremos que cosecharemos frutos de bendición. Ya no nos acercaremos a Dios cabizbajos y apenados por el pecado, sino que nos acercaremos para conversar verdaderamente con Él. Volveremos a fallar pero no por el mismo pecado. Si somos libres, actuemos como libres, y que el pecado nunca más nos mantenga esclavizados.
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