miércoles, 22 de agosto de 2018

El rescate de la condición original

Mateo 6.24 Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Mateo 6.33  Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

Evidentemente, nuestra condición original era la de Hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza por su amor, para alabarlo por sus obras, para adorarlo, disfrutar con Él de sus bondades creadas, y... dicho de otra forma, tener una relación con Él basada en el amor. Pero algo pasó… ¡Y mira que somos tercos!

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El hombre, en su inmensa arrogancia, abriga con la ciencia su terquedad de corazón. Somos hechos a imagen y semejanza de nuestro Padre, pero recuerden, hermanos, que somos una copia imperfecta y finita de algo inconmensurable, infinito, inigualable, y sin embargo, y éste es el punto importante, intrascendente para nosotros. Son precisamente las cualidades del Padre las que anhelan los hombres, hombres de espíritu rebelde; queremos sus cualidades, sí, pero no cumplimos sus mandamientos.

Queremos llegar a la inmortalidad... y matamos, llegar a la sabiduría sin aprender, llegar a los cielos aunque para ello tengamos que quemar la tierra. Este es el camino por donde anda transitando una gran parte de nuestros congéneres. Vemos y valoramos, en esta edad, en esta época, cómo la ciencia es el arma empleada por nosotros los hombres, pero la ciencia aniquila, disminuye, empobrece, resta en los valores espirituales. Además, en esta vida nada nos es dado a cambio de nada, todo tiene un precio,…. pero el día que el hombre acepte la palabra del Padre, cuando la historia sea consumada, cuando sea la hora del fin de las cosas, aquellos que prevalecerán serán los que han andado por el camino angosto sin sentarse a descansar, aunque sus pies estén agrietados; serán los que así hayan sido. Verán, reconocerán, admirarán, y entonces dirán: la Gloria de Dios es abundante, compensadora y suficiente, fuera de ella todo carece de fundamento.

Por su parte, el Padre Celestial creó al hombre y a la mujer para que multiplicaran la humanidad, la más preciada de sus obras, para que se multiplicaran en número al amparo de su Gloria, por toda la eternidad. Éste fue y sigue siendo el objetivo del Padre para nosotros.

Podríamos decir: ¡Oh padre tan misericordioso, tan magnánimo, que creas pero creas con libertad, que no pides nada a cambio de la vida que das, no pides nada por los dones que regalas, solo el bien que en el bien se sustenta! ¡Vaya diferencia con la Tierra!
Teníamos todo, nuestra situación era idílica con Dios, pero algo pasó. El pecado original corrompió a la humanidad, transformó la conciencia del hombre, la hizo imperfecta para el completo plan Divino, pecado que hace que el hombre se vea en la necesidad de buscar amor afanosamente en el mundo, cuando su Padre es inmensamente rico e inmensamente amoroso en los Cielos. Así pues, el hombre tiene que aprender a valorar las riquezas para que el Padre pueda entregárselas, pues de lo contrario tendrá que continuar afanándose en el mundo para aspirar a lo que, por derecho de nacimiento, le correspondía, y que ahora tiene que ganárselo demostrando su amor y respeto al Padre, y sustentándose en la Fe de que el Padre depositará riquezas inagotables en favor suyo. Intención y propósito del Padre, demostrado mediante el sacrificio de su amado Hijo Jesús en favor de los hombres.

Pues bien, pongamos nuestro corazón en Cristo. Él está ahí para revelarnos su misterio, su amor y su gloria. Seamos salvos por el mero hecho de creer y de llevar la dulce carga de la corrección de lo dañado; restauremos nuestra condición de nacimiento, nuestra condición original. Creamos hermanos, creamos y tengamos Fe, pues podremos ver a Dios un día, podremos convivir con ÉL, se agotará el sufrimiento, conoceremos el fundamento y el propósito mismo de nuestra existencia, propósito y fundamento que comienza aquí, en la tierra. Aquí en tu ser, comienza con tu relación amorosa con el Padre, relación que se transforma en obras de bien, y entonces estarás gozoso de ser un árbol que da buen fruto de vida.
Amén.

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