Mateo 6.24 Ninguno puede servir a dos
señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Mateo 6.33 Buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Evidentemente, nuestra condición original era la de Hijos de Dios, creados
a su imagen y semejanza por su amor, para alabarlo por sus obras, para
adorarlo, disfrutar con Él de sus bondades creadas, y... dicho de otra forma,
tener una relación con Él basada en el amor. Pero algo pasó… ¡Y mira que somos
tercos!
El hombre, en su inmensa arrogancia, abriga con la ciencia su terquedad de
corazón. Somos hechos a imagen y semejanza de nuestro Padre, pero recuerden,
hermanos, que somos una copia imperfecta y finita de algo inconmensurable,
infinito, inigualable, y sin embargo, y éste es el punto importante, intrascendente para nosotros.
Son precisamente las cualidades del Padre las que anhelan los hombres, hombres
de espíritu rebelde; queremos sus cualidades, sí, pero no cumplimos sus
mandamientos.
Queremos llegar a la inmortalidad... y matamos, llegar a la sabiduría sin
aprender, llegar a los cielos aunque para ello tengamos que quemar la tierra.
Este es el camino por donde anda transitando una gran parte de
nuestros congéneres. Vemos y valoramos, en esta edad, en esta época, cómo la
ciencia es el arma empleada por nosotros los hombres, pero la ciencia aniquila,
disminuye, empobrece, resta en los valores espirituales. Además, en esta vida nada
nos es dado a cambio de nada, todo tiene un precio,…. pero el día que
el hombre acepte la palabra del Padre, cuando la historia sea consumada, cuando
sea la hora del fin de las cosas, aquellos que prevalecerán serán los que
han andado por el camino angosto sin sentarse a descansar,
aunque sus pies estén agrietados; serán los que así hayan sido. Verán,
reconocerán, admirarán, y entonces dirán: la Gloria de Dios es abundante,
compensadora y suficiente, fuera de ella todo carece de fundamento.
Por su parte, el Padre Celestial creó al hombre y a la mujer para que
multiplicaran la humanidad, la más preciada de sus obras, para que se
multiplicaran en número al amparo de su Gloria, por toda la eternidad. Éste fue
y sigue siendo el objetivo del Padre para nosotros.
Podríamos decir: ¡Oh padre tan
misericordioso, tan magnánimo, que creas pero creas con libertad, que no pides
nada a cambio de la vida que das, no pides nada por los dones que regalas, solo
el bien que en el bien se sustenta! ¡Vaya diferencia con la Tierra!
Teníamos todo, nuestra situación era idílica con Dios, pero
algo pasó. El pecado original corrompió a la humanidad, transformó la conciencia
del hombre, la hizo imperfecta para el completo plan Divino, pecado que hace
que el hombre se vea en la necesidad de buscar amor afanosamente en
el mundo, cuando su Padre es inmensamente rico e inmensamente amoroso en los
Cielos. Así pues, el hombre tiene que aprender a valorar las riquezas para
que el Padre pueda entregárselas, pues de lo contrario tendrá que continuar
afanándose en el mundo para aspirar a lo que, por derecho de nacimiento, le correspondía, y que ahora tiene que ganárselo demostrando su amor y respeto
al Padre, y sustentándose en la Fe de que el Padre depositará riquezas inagotables en
favor suyo. Intención y propósito del Padre, demostrado mediante el sacrificio
de su amado Hijo Jesús en favor de los hombres.
Pues bien, pongamos nuestro corazón en Cristo. Él está ahí para revelarnos
su misterio, su amor y su gloria. Seamos salvos por el mero hecho de creer y de
llevar la dulce carga de la corrección de lo dañado; restauremos nuestra
condición de nacimiento, nuestra condición original. Creamos hermanos, creamos
y tengamos Fe, pues podremos ver a Dios un día, podremos convivir con ÉL, se
agotará el sufrimiento, conoceremos el fundamento y el propósito mismo de
nuestra existencia, propósito y fundamento que comienza aquí, en la tierra.
Aquí en tu ser, comienza con tu relación amorosa con el Padre, relación que se
transforma en obras de bien, y entonces estarás gozoso de ser un árbol que da
buen fruto de vida.
Amén.
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