lunes, 2 de julio de 2018

Viviendo en Conflicto

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado. Romanos 7.18-25
Una verdad que es muy cierta y no acabamos de entenderla es que somos esclavos, mejor dicho, podemos ser esclavos del pecado, o bien tomar la mejor elección que es convertirnos en esclavos de Cristo Jesús y su doctrina, que no es otra cosa que convertirnos al evangelio y alcanzar las promesas que Dios, a través de su Hijo, le hizo a la humanidad, que es obtener la salvación, el perdón y la vida eterna. 
El apóstol Pablo en el libro escrito al pueblo romano nos revela el gran conflicto que libraba en su interior en contra del pecado; una lucha entre la carne y la mente (entre lo físico y lo espiritual), constante y difícil para él como ser humano. El apóstol reconocía su naturaleza humana (pecaminosa) y la debilidad carnal que lo incitaba a pecar, convirtiéndolo de esta manera en un esclavo; sin embargo, su interior le indicaba que no era correcto lo que su cuerpo deseaba ya que lo guiaba a caer en pecado y volverse un ser cautivo del mal.
Esta misma lucha que libraba el apóstol 2000 años atrás aproximadamente, es la misma que libramos todos los seres humanos hoy día, sean conversos o no, porque nuestra propia naturaleza humana, que es pecaminosa, muchas veces nos invita a pecar, ya sea por medio de una palabra (mentira, insulto o una blasfemia), con la mirada, con el pensamiento, con una acción o una actitud. Mucha gente piensa que pecar solamente es a través de la carne (el sexo en todas sus manifestaciones), pero no es así ya que el pecado se presenta de muchas formas; por ejemplo: una persona que codicia lo que otro tiene, o bien, la que es envidiosa, la que murmura de otra persona, la que es rencillosa, la persona chismosa, la que es egoísta, el avaro, el despilfarrador, en fin hay un sinnúmero de formas manifiestas del pecado. Como ser humano cada día sostienes una batalla en tu interior por tratar de no fallar a los tuyos o a ti mismo y, en el caso de que ya conozcas el evangelio, de no fallarle a Dios que es lo más importante. La mente tiene un poder incomparable en el hombre, ya que a través de ella puedes alcanzar la cima del éxito en todo lo que emprendas, o puede ser que te lleve al mismo abismo de la derrota o el fracaso. ¡Cuántas veces te has preguntado si lo que estás haciendo es correcto o incorrecto, si vale la pena intentarlo o no, si te animas a correr un riesgo, o bien mejor permanecer donde y como estás! Es entonces cuando comienza tu lucha o el conflicto en tu interior, es entonces cuando vienen los siguientes cuestionamientos ¿lo hago o no lo hago?, ¿lo tomo o lo dejo?, ¿lo acepto o lo rechazo? Esa lucha interna es la que manifiesta el apóstol Pablo en su carta a los romanos, y es la misma que en un momento dado también tú presentas entre tu carne y tu espíritu, donde tu carne (tu cuerpo) te impulsa a hacerlo, y tu mente o tu conciencia te grita ¡NO LO HAGAS! ¡Qué difícil resulta manejar el libre albedrío! Sobre todo aquellos que aún no conocen de Cristo Jesús, del poder de su palabra, de las promesas y del gran amor que Él tiene hacia nosotros. Por eso el apóstol Pablo en los versos 24 y 25 declara ¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte¡GRACIAS A DIOS! La respuesta está en JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR.
Tú también, hermano, al igual que todos debemos agradecer por siempre a Dios, por habernos dado a su hijo amado en sacrificio para la salvación de la toda la humanidad; reconocer que por su sangre todos hemos sido perdonados, y que por su muerte nosotros gozamos de la promesa de vida eterna. Recordemos que en la vida todo es vano, pero no así la muerte de nuestro Señor, ya que a través de ella trajo la salvación a todos aquellos que en Él creen, y así también la reconciliación con Dios.
Para ti mi amigo que aún no te has acercado al Señor por razones diversas, éste es el día que Él destino para ti para que vengas a su lado, dobles tus rodillas, para que abras tu corazón y declares con tu boca que Jesús es el Señor; para que delante de Él te arrepientas de todos tus pecados y te entregues a Él. En ese preciso momento te tomará en sus brazos y te dirá a tu corazón "hijo mío te estaba esperando para decirte que te he amado y siempre te amaré"; "nunca me he apartado de ti, ya no estarás solo y tus batallas YO LAS PELEARÉ por ti". Experimentarás una sensación muy hermosa, tus cargas y temores desaparecerán y gozarás de la paz que solo el Señor a través de su Santo Espíritu te puede dar. Atrévete a emprender esta aventura tan maravillosa y única y no te arrepentirás; porque todo aquel que se entrega a Jesús ¡vivirá! Amén.


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