jueves, 14 de junio de 2018

Los peligros de la fama

Entonces todo el pueblo de Judá tomó a Uzías, el cual tenía dieciséis años de edad, y lo pusieron por rey en lugar de Amasías, su padre. Uzías reconstruyó a Elot y la restituyó a Judá después que el rey Amasías durmió con sus padres. De dieciséis años era Uzías cuando comenzó a reinar, y cincuenta y dos años reinó en Jerusalén. El nombre de su madre era Jecolías, de Jerusalén. Él hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho Amasías, su padre. 2 Crónicas 26:1-4.
En la actualidad es terrible la carrera por querer ser famoso. Pero cuando la fama comienza a llegar a la vida de las personas, éstas se enaltecen, se olvidan de donde vinieron, incluso algunas veces hasta se olvidan de su procedencia.
El rey Salomón era un hombre sabio y rico, como ninguno en su época, y cuando estaba sentado en su trono nadie podía presentarse si no era llamado por él. Cuando llamaba a alguien, esa persona tenía que llegar reverentemente, no podía verle a la cara, y al irse debía hacerlo de la misma forma.  Un día, su madre, Betsabé, irrumpió sin ser llamada y sin porte reverente; al verla, Salomón bajó de su trono y salió a recibirla con reverencia, ya que ella no era cualquier persona, sino su madre. Muchas personas que se dejan envolver por la fama, ni siquiera quieren recibir a su madre.
Dios ha bendecido a algunos, que después de no tener bienes materiales los ha prosperado, les ha provisto de casas, coches, profesión, títulos, cuenta bancaria y buena ropa; pero después de recibir estas bendiciones, empiezan a cambiar, ya no son los mismos de antes, ya no hablan como antes; ahora son orgullosos, altivos, tratan de menos a aquellos que no han alcanzado sus mismos logros, logros que Dios por misericordia les ha dado, e incluso consideran ignorantes a aquellos que no piensan como ellos. Se cumple en ellos lo que enseña la Palabra de Dios: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18).
Mas buscar a Dios nos brinda dirección divina, inspiración y unción. El que conduce un coche no suelta el volante porque el coche por sí solo busca salirse de la carretera, y por lo tanto necesita un chófer que lo dirija a su destino. Las corrientes de los aires quieren desviar los aviones, las corrientes de los mares quieren desviar los barcos, así como el diablo quiere sacar al creyente de su ruta y de su santidad. Por eso hay que buscar al Señor, porque Él nos va dando el mejor rumbo a seguir para nuestras vidas.
El único que conoce el camino al Cielo es el Espíritu Santo. Por eso Dios lo dejó aquí en la Tierra, para que nos guiara hacia la justicia y la verdad, “y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.” (Hebreos 12:13). El libro de Isaías nos dice que, éste es un camino de santidad, para que ni el más torpe se aparte (Isaías 35:8). No es camino de mucho saber, sino de mucho obedecer. Todo el que busca a Dios de todo corazón, prospera espiritual, moral y materialmente.
Debemos ser muy claros con Dios en que no merecíamos su sacrificio, en que lo que sí teníamos muy merecido era la condenación, puesto que Dios no estaba obligado a salvarnos; ya que Él no nos hizo pecadores, sino que el mismo hombre se hizo pecador. Su inmenso amor por la humanidad lo llevó a ello. Juan 3:16, nos da una exclamación del amor inefable de Dios, diciendo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Jesús justificó al publicano que estaba orando en el templo, porque estaba postrado de rodillas, clamando a Dios, con humildad, e invocando la misericordia de Dios, diciendo: “Sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Todo lo que tenemos y lo que podemos disfrutar, lo tenemos por la gracia de Dios y por Su inmenso amor, tal como dice la Palabra: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).
Uzías se engrandeció en gran manera; además de tener un cuerpo de ingenieros buenísimos, pues fue el primero que diseñó las lanzas, también fabricó máquinas que lanzaban piedras. Dios prosperó a Uzías y le dio fama, y éste llegó a desconfiar de Dios, cuando el diablo le hizo creer que ya era popular, famoso. Cuando esto sucede, se está muy ocupado y no se tiene tiempo para orar ni para consagrarse. En 2 Crónicas 26:16, leemos: “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina…” En cambio, Cristo nos dio un verdadero ejemplo de lo que es vivir en integridad, ya que su fama se extendía por todos lados; pero Él se conservaba humilde, enseñándonos que se puede ser famoso y guardarse para Dios, en integridad y en humildad.
Amados, debemos saber que la gloria y honra le pertenecen exclusivamente a Dios. Amén.

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