jueves, 14 de junio de 2018

Es por tu gracia y tu perdón que podemos ser llamados instrumentos de tu amor.

"Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo". (1 Corintios 15:10)

por su gracia y su perdonHay un salmista actual que ha tenido una carrera comercial del evangelio muy grande; pero dejando a un lado su éxito, hay que reconocer que tiene canciones con una profundidad teológica excelente. 
Desde luego no han faltado las críticas a Jesús Adrián Romero, pero la verdad es que debe tener una relación personal con Dios para poder componer estas alabanzas. Sin entrar a juzgarlo, disfrutaremos lo que llega a nuestro corazón y nos impacta. 
Merece la pena reflexionar en un estribillo de la canción-vídeo que se anexa al final del ensayo. 

"Y es por tu gracia y tu perdón que podemos ser llamados instrumentos de tu amor". 

Gracia de Dios: Lo gratuito, la elegancia y la belleza de Dios, dadas en un favor inmerecido y como don concedido por Dios, en pro de ayudar al hombre a salvarse y hacerlo santo. Y esto sucede solo por el esfuerzo, la iniciativa y el poder de Dios. ¡Nada puede aportar el hombre!​
Porque la gracia es el sentimiento más profundo dentro de nuestro corazón, del que Dios ha estado enamorado desde las edades eternas de nuestras almas. 

¡Oh, misterio de la deidad! Hemos recibido una señal extraterrestre, un destello divino que parte el corazón y el alma en dos. Y desde el más allá nos envían una santa revelación que nos dice: 

Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Jeremías 31;3


Los que recibimos esta gracia sabemos 
que este verso de Jeremías es para nosotros. Y estas palabras nos llegan hasta los huesos y penetran en lo más hondo de nuestras almas.​
Ya nada, nada puede cambiar esos sentimientos de parte de Dios hacia nosotros. Somos personas selladas por y para Dios, desde la eternidad y para la eternidad.​
Ya no serán más nuestros esfuerzos religiosos, obras de piedad o cualquier otro tipo de aparente religiosidad, las que nos garantizan el favor y la compasión del Señor por nosotros, sino su Inmerecida gracia.​
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2:8 y 9) 
Entonces, es por la gracia de Dios que hacemos esto o aquello; no es para acumular méritos ni galardones. Es solamente un sencillo y humilde gesto de parte nuestra, como correspondencia a ese amor eterno de Dios por nosotros.
Hemos sentido en lo más interno del corazón la sincera compasión y fidelidad de Dios por nuestras miserables almas, y estamos seguros de que: 

“ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39). 

A los que Dios nos ha revelado esta gracia nos ha insertado un chip divino en nuestras mentes y corazones, que nos garantiza la fidelidad y el compromiso eterno de Dios para salvarnos y rescatarnos del mismo infierno. Este pacto de Dios no falla y jamás se desvanece. 
¡Oh!, ¡aleluya!,... éste es un aleluya genuino, porque no será por nuestras miserables obras de bondad en esta tierra, sino porque hemos reconocido que el bueno, el santo, el justo, el fiel y verdadero es Dios y no somos nosotros.
El romance de Dios con nuestras almas ha sido desde antes de la fundación del mundo. Dios ha tenido un plan eterno para nosotros, y quienes hemos recibido esa gracia de Dios reconocemos que somos tan malos que:​
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (1 Juan 4:19). 
Desde el primer día que vinimos a esta tierra, Dios ha estado trabajando con nosotros y no cesa ni un instante de hacerlo. Su gracia va paulatinamente dando frutos y obras en nosotros, las cuales no se generan por nuestros esfuerzos sino porque el Espíritu Santo está obrando en nosotros.​
A través de cada situación y de cada detalle de nuestras vidas, Dios ha venido enamorándonos; ha querido que le amemos desenfrenadamente y sin reparos, en una relación en la que Él es cada día más el Rey y el Señor de nuestras vidas.
Los que conocemos la gracia divina no estamos muy preocupados por nuestra conducta, sino que estamos anonadados e impactados de tanta gracia, de tanta belleza, y del amor y misericordia del Señor para con nosotros. 
En tal estado de romance divino de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, nuestras almas quieren ofrecer “algo”. 
Tienen un agradecimiento indescriptible por el que dar a Dios “alguna miseria” a través de nuestras frágiles vidas, y expresar con canciones, escritos, sermones, estudios bíblicos, programas especiales, ministerios, etc., algo de ese amor divino tan desbordante que fluye (por la gracia de Dios) en nosotros.

La gracia de Dios no la podemos explicar del todo bien a otros. No podemos repartirla ni hacer que otros la sientan. Tampoco podemos hacer que la entiendan o la disfruten como nosotros. La gracia de Dios no es un libro de ciencias, matemáticas o de astronomía. Es una revelación divina.
La sublime gracia de Dios la reparte Dios a quien quiere, cuando Él quiere, y en la medida que quiere. "Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo". (Efesios 4:7).
De ahí, el hecho de que todo lo que hagamos y salga de nuestro corazón es solo por la gracia del Señor Jesucristo en nuestra vida. Y eso puede estar matizado de pecado; sí, pero a su vez es santificado por la sangre de Cristo que constantemente nos limpia.
Y solo por esta gracia vamos a danzar un baile eterno con la trinidad. Allí no habrá más llanto, ni dolor ni pecado mortal. Allí estaremos en el lugar para el cual nuestras almas fueron diseñadas para morar, por una completa Eternidad.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario