"Pero
por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para
conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de
Dios conmigo". (1 Corintios 15:10)
Hay un salmista actual que ha tenido una carrera
comercial del evangelio muy grande; pero dejando a un lado su éxito, hay que
reconocer que tiene canciones con una profundidad teológica excelente.
Desde luego no han faltado las críticas a
Jesús Adrián Romero, pero la verdad es que debe tener una relación personal con
Dios para poder componer estas alabanzas. Sin entrar a juzgarlo, disfrutaremos lo que llega a nuestro corazón y nos impacta.
Merece la pena reflexionar en un estribillo
de la canción-vídeo que se anexa al final del ensayo.
"Y
es por tu gracia y tu perdón que podemos ser llamados instrumentos de tu
amor".
Gracia de Dios: Lo
gratuito, la elegancia y la belleza de Dios, dadas en un favor inmerecido
y como don concedido por Dios, en pro de ayudar al hombre a salvarse y hacerlo
santo. Y esto sucede solo por el esfuerzo, la iniciativa y el poder de
Dios. ¡Nada puede aportar el hombre!
Porque la gracia es el
sentimiento más profundo dentro de nuestro corazón, del que Dios ha estado
enamorado desde las edades eternas de nuestras almas.
¡Oh, misterio de la deidad! Hemos recibido una señal extraterrestre, un
destello divino que parte el corazón y el alma en dos. Y desde el más allá nos
envían una santa revelación que nos dice:
Jehová se manifestó a
mí hace ya mucho tiempo, diciendo: con amor eterno te he amado; por tanto, te
prolongué mi misericordia. Jeremías 31;3
Los que recibimos esta
gracia sabemos
que este verso de
Jeremías es para nosotros. Y estas palabras nos llegan hasta los huesos y
penetran en lo más hondo de nuestras almas.
Ya nada, nada puede cambiar esos sentimientos de parte
de Dios hacia nosotros. Somos personas selladas por y para Dios, desde la
eternidad y para la eternidad.
Ya no serán más
nuestros esfuerzos religiosos, obras de piedad o cualquier otro tipo de
aparente religiosidad, las que nos garantizan el favor y la compasión del Señor
por nosotros, sino su Inmerecida gracia.
“Porque por gracia
sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no
por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2:8 y 9)
Entonces, es por la
gracia de Dios que hacemos esto o aquello; no es para acumular méritos ni
galardones. Es solamente un sencillo y humilde gesto de parte nuestra, como
correspondencia a ese amor eterno de Dios por nosotros.
Hemos sentido en lo más interno del corazón la sincera compasión y
fidelidad de Dios por nuestras miserables almas, y estamos seguros de que:
“ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39).
A los que Dios nos ha
revelado esta gracia nos ha insertado un chip divino en nuestras mentes y
corazones, que nos garantiza la fidelidad y el compromiso eterno de Dios
para salvarnos y rescatarnos del mismo infierno. Este pacto de Dios no
falla y jamás se desvanece.
¡Oh!, ¡aleluya!,... éste
es un aleluya genuino, porque no será por nuestras miserables obras de bondad
en esta tierra, sino porque hemos reconocido que el bueno, el santo, el
justo, el fiel y verdadero es Dios y no somos nosotros.
El romance de Dios con
nuestras almas ha sido desde antes de la fundación del mundo. Dios ha
tenido un plan eterno para nosotros, y quienes hemos recibido esa gracia de
Dios reconocemos que somos tan malos que:
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó
primero. (1 Juan 4:19).
Desde el primer día
que vinimos a esta tierra, Dios ha estado trabajando con nosotros y no
cesa ni un instante de hacerlo. Su gracia va paulatinamente dando frutos y
obras en nosotros, las cuales no se generan por nuestros esfuerzos sino
porque el Espíritu Santo está obrando en nosotros.
A través de cada
situación y de cada detalle de nuestras vidas, Dios ha venido
enamorándonos; ha querido que le amemos desenfrenadamente y sin reparos, en una relación en la que Él es cada día más el Rey y el Señor de nuestras vidas.
Los que conocemos la
gracia divina no estamos muy preocupados por nuestra conducta, sino que estamos
anonadados e impactados de tanta gracia, de tanta belleza, y del amor y
misericordia del Señor para con nosotros.
En tal estado de
romance divino de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, nuestras almas
quieren ofrecer “algo”.
Tienen un agradecimiento
indescriptible por el que dar a Dios “alguna miseria” a través de
nuestras frágiles vidas, y expresar con canciones, escritos, sermones, estudios
bíblicos, programas especiales, ministerios, etc., algo de ese amor divino tan
desbordante que fluye (por la gracia de Dios) en nosotros.
La
gracia de Dios no la podemos explicar del todo bien a otros. No podemos
repartirla ni hacer que otros la sientan. Tampoco podemos hacer
que la entiendan o la disfruten como nosotros. La gracia de Dios no es un
libro de ciencias, matemáticas o de astronomía. Es una revelación divina.
La sublime gracia de
Dios la reparte Dios a quien quiere, cuando Él quiere, y en la medida que
quiere. "Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia
conforme a la medida del don de Cristo". (Efesios 4:7).
De ahí, el hecho de
que todo lo que hagamos y salga de nuestro corazón es solo por la gracia del
Señor Jesucristo en nuestra vida. Y eso puede estar matizado de pecado; sí, pero a su
vez es santificado por la sangre de Cristo que constantemente nos limpia.
Y solo por esta gracia
vamos a danzar un baile eterno con la trinidad. Allí no habrá más llanto, ni
dolor ni pecado mortal. Allí estaremos en el lugar para
el cual nuestras almas fueron diseñadas para morar, por una
completa Eternidad.
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