El Salmo 81 es un triste relato de un pueblo que se negaba a escuchar a Dios. El misericordioso corazón del Padre, con sus numerosos intentos de lograr la atención y la devoción de Israel, y el persistente rechazo por parte de ellos, se ponen de manifiesto en los versículos 8-14
»Oye, pueblo mío, y te amonestaré.
¡Si me oyeras, Israel!
9 No habrá en ti dios ajeno
ni te inclinarás a dios extraño.
10 Yo soy Jehová tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto;
abre tu boca y yo la llenaré.
¡Si me oyeras, Israel!
9 No habrá en ti dios ajeno
ni te inclinarás a dios extraño.
10 Yo soy Jehová tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto;
abre tu boca y yo la llenaré.
11 »Pero mi pueblo no oyó mi voz;
Israel no me quiso a mí.
12 Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón;
caminaron en sus propios consejos.
13 ¡Si me hubiera oído mi pueblo!
¡Si en mis caminos hubiera andado Israel!
14 En un momento habría yo derribado a sus enemigos
y habría vuelto mi mano contra sus adversarios.»
Israel no me quiso a mí.
12 Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón;
caminaron en sus propios consejos.
13 ¡Si me hubiera oído mi pueblo!
¡Si en mis caminos hubiera andado Israel!
14 En un momento habría yo derribado a sus enemigos
y habría vuelto mi mano contra sus adversarios.»
En medio de nuestra vida tan compleja y ajetreada no hay nada más urgente, nada más prioritario, necesario, nada más provechoso que escuchar lo que Dios tiene que decirnos. Además, la Biblia es muy explícita y Dios nos habla con tanto poder hoy como en los días cuando fue escrita. Su voz espera ser escuchada y, cuando la escuchamos, nos vemos lanzados a la aventura más grandiosa y más emocionante que podamos imaginar.
Quizá nos preguntemos: ¿Para qué Dios querría hablarnos hoy? ¿Es que no ha dicho suficiente desde Génesis hasta Apocalipsis? Hay varias razones convincentes que explican por qué Dios todavía tiene abiertas sus líneas de comunicación con su pueblo.
La primera y principal es que Dios nos ama tanto como amaba a su pueblo en los días del Antiguo y Nuevo Testamentos. Desea tener comunión con nosotros tanto corno deseaba tenerla con ellos. Si nuestra relación con Él es unidireccional, y no hay comunicación ni diálogo entre nosotros y el Señor Jesucristo, poca comunión puede haber. La comunión es nula cuando solo una persona habla y la otra se limita a escuchar. Dios nos habla todavía porque quiere desarrollar una relación de amor, consistente en una conversación entre dos personas por medio de la oración.
La segunda razón que explica por qué Dios todavía habla hoy es porque necesitamos su dirección clara y concreta para nuestra vida, así como la requerían Josué, Moisés, Jacob o Noé. Como hijos suyos necesitamos sus consejos para tornar decisiones efectivas. Ya que Él quiere que hagamos elecciones acertadas, sigue siendo responsable de proporcionarnos la información correcta, y esto ocurre cuando nos habla.
Una tercera razón por la cual Dios todavía habla hoy en día, es que Él sabe que necesitamos tanto consuelo y certeza como los creyentes de la antigüedad. Nosotros también tenemos experiencias como la del Mar Rojo, cuando estamos entre la espada y la pared y no sabemos qué camino seguir. Tenemos fracasos corno los tuvieron Josué y el pueblo de Israel en Hai. Cuando sufrimos derrotas de esta clase, Dios conoce nuestra necesidad de certidumbre y confianza.
Si dejara de hablar, seguramente nunca descubriríamos cómo es Dios realmente. Si la prioridad de nuestros objetivos es conocer a Dios, tiene que haber algo más que un camino en una sola dirección. Más bien tiene que haber una línea de comunicación en la que Él nos hable y nosotros escuchemos, o en la que hablemos nosotros y Él nos escuche. Y si Dios todavía habla, ¿cómo lo hace? Podernos descubrir sus métodos repasando las diversas formas en las que se revelaba en los días del Antiguo y del Nuevo Testamento.Primeramente, hablaba mediante revelaciones directas. Mediante su Espíritu, hablaba al espíritu de hombres como Abraham, quien un día oyó que Dios le decía directamente que abandonara la tierra en la cual vivía y se dirigiera a una tierra que Dios le mostraría: (Génesis 12:1-3)
En segundo lugar, la Biblia dice que Dios hablaba por medio de sueños. Un buen ejemplo es, sin duda, el caso de las experiencias de Daniel, a quien Dios reveló su plan para el mundo en una serie de sueños. Mediante visiones, Daniel vio los imperios que vendrían. De esta manera, Dios le dio a Daniel una tremenda perspectiva de los acontecimientos mundiales futuros, que todavía hoy están en proceso de cumplimiento.
Tercero, Dios hablaba por medio de sus palabras escritas, como cuando entregó a Moisés los Diez Mandamientos, y luego usó la Ley para comunicarse con su pueblo. Dios también hablaba audiblemente en los días de la Biblia. Saulo de Tarso estaba en camino a Damasco persiguiendo a los creyentes de aquella ciudad, cuando, dice la Biblia, «cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hechos 9.4).
Cuarto, Dios hablaba por medio de sus profetas. Estos exclamaban: «Así dice Jehová», y el pueblo obedecía porque sabía que eran mensajes enviados directamente por Dios.
Quinto, Dios hablaba a través de las circunstancias.
Hebreos 1:1-2 ¿Habla Dios en estos días?
El método principal del que se vale el Señor para hablar con nosotros en el día de hoy es su Palabra. Ya tenemos la revelación completa de Dios. Él no necesita agregar nada más a este libro. La revelación de Dios es la verdad expuesta por Dios acerca de sí mismo. Es la inspiración del Espíritu Santo controlando las mentes de los hombres, las que escribieron las páginas que conforman la Biblia. Ésta es el soplo de Dios a aquellos hombres a fin de que conocieran la verdad.
Otro método empleado por Dios para hablarnos hoy en día es por medio del Espíritu Santo. En efecto, la forma principal empleada por Jesús para expresarse en el Nuevo Testamento fue a través del Espíritu Santo. Hoy Dios sigue hablando a nuestro espíritu por medio de su propio Espíritu, que ahora vive, mora y permanece en nosotros.
La respuesta no la vamos a encontrar en el ruido o en el retumbar (terremoto, viento y fuego) del mundo. Raras veces vamos a oír con precisión la voz de Dios en el ajetreo del tráfico, en el alboroto de la oficina o en el parloteo de los amigos. Él desea hablarnos individualmente, y para eso tenemos que comprometernos a buscar la soledad aunque sea brevemente.
Solo unos minutos ante el Dios que habla pueden transformar una vida, cambiar una mente y reorientar el propósito y la dirección necesarios para la eternidad. El corazón entristecido es alentado, la mente confundida es ordenada de nuevo, la perspectiva pesimista es eliminada, el espíritu solitario es acompañado, la voluntad rebelde es aquietada y el buscador desorientado es satisfecho.
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