«Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”». Hechos 4: 19
Pedro y Juan son dos historias parecidas. Llegaron a Jesús con su temperamento orgulloso e impetuoso, que les creaba constantes problemas. ¡Ay de los que se cruzaran en su camino!
Un día Juan pidió que cayese fuego del cielo y acabase con los samaritanos. Pedro desenvainó la espada y le cortó la oreja a Malco. Pedro estaba siempre levantando la mano para ser el primero. Juan le pidió a su madre que intercediese ante el Maestro para garantizarle un lugar especial en el futuro reino de Cristo.
Pedro era el hombre rudo, grosero y lleno de improperios; Juan, el hijo del trueno. Ambos eran pobres esclavos de un temperamento egoísta y prepotente, y alegaban siempre que todo lo hacían en nombre de la justicia.
¿Acaso Juan no había pedido permiso para hacer descender fuego del cielo sobre una aldea de samaritanos que no quisieron recibirlos? ¿Acaso Pedro no había sacado la espada para defender a su Maestro? ¿No era justicia lo que ambos defendían?
Cuántas veces, en nombre de Jesús, herimos a las personas, destrozamos corazones, arrancamos lágrimas de inocentes. Sentimos la voz de Dios, diciendo: «Hijo, no, así no», o hijo, es de esta otra manera, pero no le hacemos caso. La voz interior de nuestros gustos y conveniencias personales es mayor.
Necesitamos permanecer a los pies de Jesús, convivir y aprender de Él como lo hicieron Pedro y Juan. En esa relación de amor con Jesús, necesitamos aprender a ser sensibles a su voz, sin importar lo que nuestra naturaleza reclame, lo que nuestros conceptos pidan o lo que nuestra conveniencia diga. No importa si por eso vienen el peligro o las pruebas. En la escuela de Cristo aprendemos a amarlo y preguntamos: «¿Es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios?»
Que Dios te bendiga en este día. Sal a la calle siempre listo para preguntarte a ti mismo: «¿Estoy escuchando la voz de Dios?» Hay muchas voces que te llamarán: en el autobús, en el trabajo, en la escuela e, incluso, en casa. Muchas voces tratarán de desviar tus ojos de Dios.
La voz egoísta de la naturaleza pecaminosa, que todavía llevamos con nosotros, tratará de conducirte por caminos extraños y peligrosos. En ese momento, pregúntate como Pedro y Juan: «¿Es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios?»
Yo se que Él me ama. Yo también lo amo. Por tanto, ¿es justo esto que estoy haciendo?
La voz egoísta de la naturaleza pecaminosa, que todavía llevamos con nosotros, tratará de conducirte por caminos extraños y peligrosos. En ese momento, pregúntate como Pedro y Juan: «¿Es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios?»
Yo se que Él me ama. Yo también lo amo. Por tanto, ¿es justo esto que estoy haciendo?
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