Que seamos tan resistentes como el oro y tan hermosos como el diamante.
Pues Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata. 1 Pedro 1: 18
Si nos tocara escoger entre ambas, escogeríamos la de oro con diamantes; primero por la calidad; segundo por su belleza; tercero, su durabilidad; y cuarto, porque es una inversión para siempre. Podrá ser usada por generaciones sin perder ninguno de sus atributos, porque el oro siempre se conservará igual sin importar los años que pasen. Y del diamante no hay ni que hablar, porque aun en la oscuridad brillará.
¡Qué ilusión nos da tan solo imaginar que podríamos tener algo de tanto valor! Esto nos emociona y nos quita el sueño hasta el punto de hacer planes para adquirirlo. Debemos saber que así como lucen esas joyas debemos lucir nosotros, y otorgarnos el valor que Jesucristo de Nazaret nos dio por medio de Su sacrificio: nos lavó de todos nuestros pecados y nos redimió, dándonos un valor incalculable que supera el de las piedras preciosas.
Miremos el trabajo que Él ha hecho en nosotros. Nos sacó de las tinieblas y nos llamó a Su luz admirable para resplandecer y siempre brillar, porque nos quitó todo lo que no era puro y santo, para hacer de nosotros lo mejor. Por eso, que nuestra ilusión no sea llenarnos de joyas, sino que Su espíritu haga la obra en nosotros a fin de que seamos tan resistentes como el oro y tan hermosos como el diamante.
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