domingo, 3 de diciembre de 2017

La gente que no tiene a Cristo, “junta ceros”

El barco había naufragado y el único superviviente llegó a una isla deshabitada y muy lejana. Este hombre pasaba las horas orando a Dios con mucha fuerza, y le pedía que lo rescatara de allí.
Cansado y triste de la situación, empezó a construir una pequeña choza con ramas y hojas para poder protegerse y guardar las pocas posesiones que tenía. Pero un día, al regresar después de buscar comida, encontró que la pequeña choza se estaba quemando y un humo inmenso subía hacia el cielo.
Muy angustiado y furioso, le gritó a Dios:
-“¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste quitarme lo poco que tenía?”
Desconsolado y cansado de gritar y llorar, se quedó dormido sobre la arena.
Al día siguiente, muy temprano por la mañana, lo despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo.
Muy desconcertado el hombre, cuando vio a los marineros les dijo:
-“¿Cómo sabían que yo estaba aquí?”
-Ellos le contestaron:
 -“Vimos las señales de humo que hiciste”.
job bibleEsto recuerda una de las historias más trágicas de la Biblia: la situación que vivió Job, quien había perdido todo lo que tenía incluidos sus diez hijos. Le apareció un cáncer en la piel, gusanos en el cuerpo, no podía respirar, vivió en un basurero rascándose con un pedazo de jarrón... Satanás le tiró todos los misiles juntos, toda la artillería junta.
Pero la gente se confunde cuando piensa que Dios es el que les manda la enfermedad, la muerte y todo tipo de aflicciones. Tenemos aflicciones porque vivimos en un mundo caído, de pecado. Jesús dijo: “en el mundo tendréis aflicción”, no dijo: “yo te mandaré aflicciones”; al contrario; Él dijo: “confíen en mí que yo ya las vencí, y ustedes también podrán vencerlas”. Las promesas son “las raíces” que nos mantienen en pie.
Siempre que leamos la Biblia tenemos que pensar en qué tiempo, lugar y momento se escribió la historia. Cuando pasó todo esto con Job, Jesús no había venido aún a la tierra, por eso Satanás entraba al cielo y aún se daba “el lujo” de conversar con Dios. Pero eso fue antes.
Cuando vino Jesús, puso las cosas en su lugar, hizo el único sacrificio que era agradable delante de su Padre, murió, resucitó y se convirtió en nuestro abogado. Por eso cada que vez que el diablo, el acusador de los hermanos, se presenta para hablarles mal de nosotros, para lastimarnos o dañarnos, el Señor “lo atiende en la puerta” y le dice: “un momentito, éste es mi hijo, y yo soy su Abogado Defensor”. Pero eso sí, asegúrate que eres un hijo de Dios.
Tenemos que recordar en los momentos difíciles quiénes somos; la pregunta es: ¿QUIÉN SOY YO?: SOY MÁS QUE UN VENCEDOR, SOY UN HIJO DE DIOS, SOY SU HEREDERO. En una situación injusta hay que recordar quiénes somos y que Dios nos dio muchas promesas: “por las llagas de Cristo hemos sido curados”, “caerán mil a mi lado y diez mil a mi diestra, mas a mí no me llegará”, “hollaremos al cachorro del león y al dragón”. ¡Hay que mirar al cielo y declarar una palabra de victoria, porque para eso están las promesas, para que las tomemos y las hagamos nuestras!

La aflicción de Job fue quitada cuando perdonó y oró por los que no lo ayudaron en esa situación de dolor: el perdón no es olvidar, porque uno nunca olvida lo que ha sucedido, ni tampoco significa “bajar la cabeza” y seguir siendo humillado. Tampoco perdonar es decir que ya pasó, que ya está, ni minimizar las cosas, ¡no! Perdón es renunciar al derecho de venganza que teníamos por justicia por lo que se nos hizo, y pasar esa venganza a manos de Dios. Muchas veces perdonamos pero el dolor sigue, y no es porque no hayamos perdonado. Es porque la cicatrización de la herida, en algunas personas, lleva tiempo, pero el perdón está realizado.
Cuando bendigo estoy saliendo de las ataduras que me retienen. Las pérdidas afectivas no se reemplazan jamás, pero Dios le sanó el dolor del corazón a Job. Solo cuando expresamos el dolor, cuando lo gastamos, cuando lo reconocemos, el dolor empieza a sanarse. Solo cuando lo atravesamos lo curamos.
Job recuperó todo y Dios le dio otros diez hijos: siete hijos y tres hijas. Una de sus hijas se llamaba Jemima: “de día en día”, simboliza a Dios que es el Eterno, que está con nosotros todos los días de nuestra vida.
Otra se llamaba Cesia: “perfume que se sacaba de un árbol”, que simboliza a Jesús, el perfume más caro, con el que nos perfumamos todos los días. Y la tercera se llamaba Keren-hapuc: “estuche de belleza”, y simboliza al Espíritu Santo, quien toma la belleza de Cristo, su sangre y nos hace hermosos.
Cuanto más prosperados estamos, más vamos a poder bendecir a las personas. Por eso pregúntate siempre “¿para qué?”. Por ejemplo decimos: “Quiero aprender a tocar un instrumento para tocar en la iglesia”. ¿Para qué?: “para alabar mejor”, “para que suene más lindo”, ¿para qué más?: “para que la armonía se sienta en el ambiente”,  ¿y qué más?, la respuesta final sería: “para ganar a alguien para Cristo”. Si entendiste el “para qué” entonces entendiste el evangelio. Si no estás logrando el final, quizá tengas la teoría nada más.

Hay que perdonar, buscar raíces y construir un espacio. Cada bendición es un cero: el coche, la casa, los viajes, etc., eso sería 0+0+0=0. La gente que no tiene a Cristo junta ceros a la izquierda, pero cuando tenemos a Cristo los ceros sí valen, porque Cristo está primero, o sea, es el número uno y los ceros vienen detrás. Por eso cuando prosperas no es tu final, es tu comienzo, pues todas las bendiciones son el comienzo y todas son PARA GANAR A ALGUIEN PARA CRISTO.

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