sábado, 18 de noviembre de 2017

El cristiano y sus ofrendas

No hay ninguna empresa sobre la faz de la tierra que marche correctamente sin tener ingresos suficientes para cubrir sus gastos, y que no tenga ganancias. Incluso un club social funciona a base de las contribuciones de sus miembros, y por supuesto la iglesia del Señor no es ninguna excepción.
A través de los siglos, y muy especialmente desde el siglo XIX cuando las grandes iglesias comenzaron a extender sus actividades al campo social, nació la idea de la iglesia como un cuerpo dadivoso e instructivo al cual se podía recurrir para el oportuno auxilio. Desde luego, no es un asunto de debate si la iglesia ha de cumplir con obras benéficas o no. Pero si algo se ha de obtener de una iglesia, es preciso que primero se invierta algo en ella, pues de otra manera no podría funcionar.
La iglesia del Señor tiene también sus funciones ordenadas por Jesús: 
a) la evangelización; 
b) el adiestramiento por los predicadores; 
c) las obras de caridad; y 
d) la administración y gastos generales (alquiler, luz, gas, agua, etc.).
En el pueblo de Israel Dios estableció un sistema obligatorio de pago del diezmo y otras contribuciones, claramente establecidas en la ley de Moisés. El Señor espera de los cristianos madurez y una conducta responsable en cuanto a las finanzas requeridas para la buena marcha de su iglesia (Hechos 20.35; 2 Corintios 8 y 9). La mente de Cristo, que ha de prevalecer en los hijos de Dios, es de carácter dadivoso y responsable, pues entiende que la obra del Señor no se financia por sí misma, como por arte de magia; sino que necesita del sacrificio permanente de todos los creyentes en Cristo.
Porque no es correcto echar la carga financiera sobre otros, pensando que “esos tienen más dinero que yo”. Hay una misma responsabilidad para todos. Es muy fácil sentirse desligado por mezquindad, y luego uno se avergüenza por su mala conducta (2 Corintios 9.4). Dios ama la generosidad de su pueblo (verso 5).
Todo “céntimo” que retengo con fines egoístas para atender primero mis cosas, no obligaciones contractuales, es una oportunidad menospreciada para servir a Jesús. La obra del Señor necesita hombres y mujeres dispuestos a sostener tan noble tarea de forma generosa y permanente.
Hay que sostener a evangelistas, pagar los locales de reunión de la congregación; hay que imprimir y distribuir literatura evangélica, instruir a futuros predicadores, financiar viajes de evangelización y campañas, etc.
Todo ello cuesta mucho dinero y es la obligación del pueblo de Dios proveer económicamente, de forma voluntaria, y con buena disposición y con corazón generoso, a fin de que la iglesia sea edificada en la fe, que el mundo pueda ser evangelizado, y que los necesitados sean ayudados.
El cristiano nunca crecerá espiritualmente mientras no dé al Señor lo que le corresponde para sostener su obra. Ofrendar es una demostración de amor, madurez, de nuestra integridad de carácter y de la firme decisión de sostener, con buena voluntad, la obra del Señor Jesús.
Una viuda dio a Dios todo lo que tenía para su sustento (Lucas 21.1-4). Pablo trabajó con sus manos para sostener económicamente a sus colaboradores (Hechos 20.34). Unas mujeres seguían a Cristo para ayudarle en su obra con sus bienes (Lucas 8.1-3). Cristo dice que ama al dador alegre (2 Corintios 9.7)“Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será aceptada según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8.12).
Hay una verdad económica que es inconfundible y se basa en la prosperidad obtenida de acuerdo a la inversión de un grupo de hombres. Según ella, cualquier obra se ve en la alegría dadivosa de sus constructores. Una obra mediocre demuestra una mente estrecha y de tibia dedicación. Una obra que se ve bien ha tenido primero mentes generosas y dadivosas capaces de hacer la obra para no avergonzarse de lo que se ha hecho.
Debemos aprender la generosidad de dar nuestras ofrendas. Debemos aprender la responsabilidad para sostener la obra de Dios. Debemos aprender la continuidad para no hacer tropezar a aquellos que sí desean promover el evangelio de Cristo a nivel mundial que, desde luego, incluye tu pequeña congregación, tu dedicación personal en la obra de Dios. El hecho de que una iglesia sea pequeña por su número reducido de miembros no es una excusa para dar al Señor ofrendas mezquinas. De obras pequeñas, y al principio débiles, pero generosas en ofrendas y actividad, han nacido iglesias grandes que realizan obras de evangelización en muchos lugares.
Como cristianos debemos aprender a no pedir para recibir, sino a dar para beneficiar a otros. Da al Señor de modo que no tengas de qué avergonzarte, y hazlo con constancia, pues tus ofrendas no hacen mucho bien si se interrumpen. Que Dios te dé sabiduría, amor y visión para que llegues a ser un contribuyente efectivo y generoso en la viña del Señor, pues a Él le das, aunque los hombres realizan la obra ¿Que algunos enseñan y emplean mal el dinero? ¡Puede ser! ¿Y qué? Porque algunos no sean honestos no vamos a ser también deshonestos, no obedeciendo los mandamientos de Dios.
“El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” ( 2 Corintios 9.6).

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